Brasil era en 1962 el adversario a batir y la URSS el desafiante. Los brasileños presentaron el equipo campeón del Mundial en Suecia 4 años antes, e iban a salvar con suficiencia la baja de Pelé, que sufrió un tirón muscular en el primer partido y no pudo volver a participar. El respeto por los soviéticos se debía a su conquista en 1960 de la Copa Europea de Naciones y sus victorias sobre Chile, Argentina y Uruguay en una jira realizada a finales de 1961 por América del Sur.
Las tácticas defensivas dominaron el séptimo Mundial, y el promedio de goles, 2,78, cayó abruptamente en relación con todas las convocatorias previas. La calidad escaseó y abundaron las agresiones al rival. El espectáculo, pues, fue mediocre, pero excelente el resultado económico. Chile, que se recobraba de un devastador terremoto, edificó nuevos estadios y fue un organizador eficaz. La recaudación iba a ser de casi cuatro millones de dólares, la mayor suma obtenida hasta entonces de un Mundial; medio millón correspondió a un solo partido, el que enfrentó a Brasil y Chile en semifinal.
La Unión Soviética debutó en Arica imponiéndose 2-0 a Yugoslavia, en encuentro de desarrollo violento. Un legendario golero mundialista, Lev Yashin, estaba en el arco soviético; la selección de la URSS, que llegaba a Chile con ocho triunfos internacionales consecutivos, iba a terminar primera en el grupo 1. Aunque en su segunda presentación cedió el empate a Colombia, 4-4, y aún ganándole, 2-1, no fue superior a Uruguay en la tercera.
La selección uruguaya estaba falta de energía e ideas en 1962 y excedida de directo res técnicos, que eran tres; entre ellos, Juan López, en el cargo desde 1950. La experiencia y humanidad de Juancito López, entrenador de los campeones de Maracaná, no bastaron a la clasificación del equipo, y la garra esa vez no funcionó.
Uruguay tuvo resultados catastróficos en su preparación; perdió 3-0 ante Checoslovaquia, en Praga, y 5-0 con los soviéticos, en Moscú. Frente a la selección argentina, en el Centenario, se vio de cerca que no había realizadores en el ataque, y hubo de ser un defensa, Emilio Alvarez, quien empatara 1-1 de cabeza al ejecutarse un córner. Después de un agónico 2-1 sobre Colombia, en su primer compromiso del Mundial, Uruguay fue superado ampliamente en juego y tanteador, 3-1, por los yugoslavos de Dragoslav Sekularac, un endemoniado volante ofensivo que no permitió el juego de la línea media celeste, mientras él lo hacía todo, hasta la desmesura. Alli, Cabrera se hizo expulsar, por evidente agresión a Popovic.
Se descontaba la victoria yugoslava sobre Colombia -como efectivamente ocurrió, 5-0- y los uruguayos, que probaban distintos delanteros sin mejorar el rendimiento del equipo, fueron al encuentro con la URSS obligados a ganar; pero fallaron. Mamikin puso a los sovieticos en ventaja e igualó Sasía. Entonces, Eliseo Alvarez se lesionó. Eliseo Alvarez era un buen centrocampista, y en una solución improvisada se le había puesto a marcar la punta derecha, ya que la dirección técnica colectiva no confiaba para el puesto en ningún auténtico marcador. Eliseo Alvarez volvió a la cancha en una pierna, e inútil para el juego; los soviéticos se lanzaron así por su sector. Uruguay, sin embargo, levantó su fütbol y por momentos dominó al rival. Tres disparos dieron contra la madera del arco de Yashin y sólo en el último minuto, cuando arreciaba el ataque uruguayo, Ivanov consiguió de contragolpe el segundo gol para la URSS. 2-1, y la celeste estaba fuera del torneo.
En el útimo Mundial de Sepp Herberger como seleccionador, Alemania Federal alcanzaba el primer puesto en el grupo 2, de Santiago, con empate a cero con Italia y triunfos sobre Suiza, 2-1, y Chile, 2-0. La segunda plaza para los cuartos de final se la adjudicaba Chile, que venció 3-1 a Suiza y luego 2-0 a Italia, en el partido más duro y sucio de ese certamen recargado de intención y acción extradeportivas.
La prensa local había enrarecido el clima del encuentro con ataques a los italianos a causa del agravio a la mujer chilena que a su entender se desprendía de un reportaje frívolo publicado en Roma. A Italia no le faltaban figuras, ya que el brasileño Altafini y los argentinos Maschio, Angelillo y Sivori, y también Gianni Rivera, un estilista de 18 años, estaban en su plantel. Pero no tuvo, en el estadio Nacional, ocasión de lucirlas. El partido fue una guerra y el trío arbitral no se atrevió a la neutralidad, Ferrini y David fueron expulsados al reaccionar contra claras agresiones y, con nueve hombres, Italia intentó cerrar su catenaccio – o candado, una novedad hiperconservadora del torneo, con un líbero cubriendo huecos en toda la retaguardia y sólo dos, o a lo sumo tres atacantes, y a veces no más que uno-pero Ramírez y Toro anotaron.
Brasil empataba en Viña del Mar con Checoslovaquia, 0-0, y con previa victoria sobre México, 2-0, y posterior sobre España, 2-1, sumaba cinco puntos y triunfaba en el grupo 3. Alli, España tenía una legión tanto o más extranjera que la italiana, con un argentino, Di Stéfano; un húngaro, Puskas; un paraguayo, Eulogio Martinez; un uruguayo, Santamaría, y un director técnico, Helenio Herrera, que no se sabía cuántas nacionalidades acumulaba. Poco hicieron los españoles con su acopio de astros. Su mejor desempeño fue ante Brasil, pero se les anuló un gol cuando iban en ventaja y perdieron finalmente el partido. Checoslovaquia, con sólo tres puntos y dos tantos a favor, resultaba el segundo clasificado del grupo.
Hungria e Inglaterra ganaban en el grupo 4, de Rancagua. Inglaterra, única selección del Reino Unido presente en el Mundial de Chile, tuvo mejor goal-average que Argentina, con la que terminaba igualada a tres puntos. Los argentinos, con 1-0 frente a Bulgaria, y derrotados 3-1 por los ingleses, fracasaron en su última oportunidad al empatar a cero con Hungría. El equipo argentino había adoptado el contragolpe, aunque el sistema del técnico Juan Carlos Lorenzo dejaba aislados adelante a dos rematadores, cuando no a uno solo, Sanfilippo; recibió tres goles en la serie y solamente anotó dos.
Brasil, que no más de lo indispensable habia hecho de momento, se desató en los cuartos de final con una brillante demostración, de la que Ingalterra fue víctima. La primera etapa terminaba 1-1, pero Garrincha -autor del primer tanto brasileño- era imparable en la sequnda. Sirvió el 2-1 a Vavá y, en culminación de su gran tarde, marcó el tercero con un disparo a distancia y envenenado de efecto.
Manoel Dos Santos -Mané, en su casa de Pau Grande- tenia una pierna corta y la columna vertebral defectuosa, consecuencias ambas de una poliomielitis padecida en la infancia. Caminaba ladeado y recordó a alguien el andar de un pájaro, el garrincha. Yelnombre de esa rara ave tropical iba a quedar en la historia del fútbol internacional, Garrincha era el séptimo hijo de un vigilante nocturno de locales industriales y sólo sabía jugar fútbol. Pero, a la vista de su apariencia, que en nada era atlética, ningún club lo aceptaba.
Por último, un amigo con influencias lo introdujo en el Botafogo, de Río, y tuvo su primer partido oficial en 1953, a la edad de dieciocho años. Garrincha borraba en la cancha sus limitaciones físicas con una disposición pardójicamente natural para la práctica del fütbol. Era espontáneo e intuitivo y, desde luego, heterodoxo. Pero pocos como él para el dribbling y el desborde repentino de los marcajes.
Garrincha sobresalió junto a Pelé en el Mundial de 1958 y fue claro protagonista del triunfo brasileño en 1962. Didí, el constructor del juego de la selección de la CBD, definió quizás con justeza el peligro que anidaba en los pies de Garrincha: «En su día bueno y con la pelota dominada a treinta centímetros de la banda-dijo de él- nadie podía detenerlo».
Campeón de Brasil en 1957 con el Botafogo, la inclusión de Garrincha en el equipo nacional fue, sin embargo, objeto de criticas al seleccionador, Vicente Feola. Aunque al regreso de Suecia, con la Copa conquistada, la popularidad del puntero derecho era inmensa. El público se hechizaba con su pasmosa habilidad e individualismo. Fue 46 veces internacional y marcó once goles; la clásica jugada de Garrincha era el pase retrasado desde la línea del córner, para que otro cualquiera ano tara. La decadencia lo sorprendió en el Mundial de Londres, donde Brasil fue eliminado en la primera ronda con una alineación eviden temen te envejecida.
Hacia 1973, después de arrastrar penosamente su gran fama por varios clubes de Río de Janeiro, tuvo, en todo caso, una despedida apoteósica. Casi 125.000 personas asistieron en el estadio de Maracaná a un partido pactado entre Brasil y una selección mundial. Garrincha, que perdió rápidamen te el dinero ganado en el fütbol y tuvo momen tos de verdadera miseria económica, murió en 1983, a los 48 años.
Chile había viajado a Arica para su compromiso de cuartos de final con la URSS y salvó la prueba 2-1, con goles de Leonel Sánchez y Rojas; el puntero Chislenko anotó para los soviéticos.
En la capital, los habilidosos y duros yugosilavos dejaban el aliento para derro tar 1-0, casi sobre el final, a Alemania Federal. Y en Rancagua, Checoslovaquia -que casi siempre tuvo el pronóstico en contra y perdió la única vez en que fue favorita, ante México, en la liguilla inicial- resistía el control del juego y las situaciones de riesgo creadas continuamente por Hungría, para ganar de contraataque y de nuevo con un solo gol.
Los checos fueron el equipo revelación del Mundi al y casi prototipo del fútbol que comenzaba a prevalecer en ese tiempo. No lo fueron por espectáculo, que el suyo era insípido y aún desalentador, Sino por sus escuetos resultados y el bloque netamente defensivo que presentaban. Tenían un excelente guardame ta, Schroif, votado para la sel ección ideal del Campeonato, y un volante de gran calidad, Masopust, que estaba por lo habi tual en su retaguardia, pero aparecia súbitamente en terreno contrario, conduciendo los oportunistas contragolpes de su selección. Masopust, que en tonces tenía 31 años, obtuvo el Balón de Oro al mejor jugador europeo de 1962.
La estrategia checa de cierre y zarpazo acabó también, en Viña del Mar, con la marcha ascenden te de Yugoslavia. Tras destruir el juego atacante yugoslavo, los checos se imponian en partido de semifinal con el marcador más abul tado que consiguieron en el torneo, 3-1. Kadraba y Scherer, éste con dos tan tos, anotaron para el vencedor, y Jerkovic, goleador del Mundial, para Yugoslavia.
Los jugadores de Brasil saltaron al césped del estadio Nacional de Santiago desplegando una gran bandera chilenay con flores que arrojaban a las tribunas. Estaban advertidos por el violento tratamien to que se había aplicado a los italianos y encaraban con relaciones públicas el encuentro semifinal.
76.594 personas, la mayor concurrencia del Mundial de 1962, pasaron por boleterías para seguir el choque Chile-Brasil. La recaudación, medio millón de dólares, fue la octava parte de todo el dinero ingresado en los 32 partidos del certamen.
Nunca antes Chile había tenido mejor selección; un conjunto estrechamente compenetrado, con algunos de los grandes jugadores sudamericanos del momento, como el golero Escutti, los volantes Rojas y Toro, y el puntero Leonel Sánchez. El técnico, Fernando Riera, se habra formado en Europa y preparaba el equipo desde casi el ins tan te en que se dio a su país la organización del séptimo torneo Mundial.
Los chilenos estaban mentalizados para luchar y no se entregaron ante los dos goles de Garrincha que, sobrado de inspiracion, marcaba en el minuto nueve, desde veinte metros, y aumentaba luego de cabeza. Toro descontó antes del descanso y la decisión se pos tergo. Vava puso el tercero para Brasil en el minuto 47, pero Leonel Sanchez mantuvo las esperanzas de Chile al ano tar de penal. La tensionera casi intolerable y los jugadores apelaban al juego brusco. Landa y Garrincha fueron expulsados y, por ultimo, Vavá resolvió el partido imponiendo el 4-2.
Chile iba a confirmar de inmediato su situación entre los mejores de ese año obteniendo el tercer puesto, con vic toria 1-0 sobre los yugoslavos, tambien en Santiago.
Con serenidad y paso lento, Brasil afrontó la final. De los campeones de 1958 faltaban Bellini y Orlando, suplantados por Mauro y Zózimo, y Amarildo llevaba en préstamo el número 10. Amarildo empató el partido ante Checoslovaquia con un extraordinario gol desde la linea lateral, e hizo olvidar a Brasil la ausencia del titular, Pele. Amarildo Tavares da Silveira jugaba con Garrincha y Zagalo en el Botafogo y aprovechó su primera oportunidad en el Mundial de Chile, ante España, consiguiendo los dos tantos que dieron el triunto a su equipo. Luego, iba a ser virtualmente repudiado por Ios hinchas, que tomaron por deserción su traspaso, en 1963, al fútbol italiano.
Checoslovaquia, que por segunda vez en el torneo tenia que habérselas con Brasil, se adelantaba an tes del cuarto de hora por medio del siempre inesperado Masopust. Los brasileños, sin embargo, no al teraron su juego tranquilo, que era el más conveniente a hombres veteranos como Nil ton Santos, de 37 años, Didi, de 34, y Djalma Santos, de 33. Adelante, Garrincha, Vavá y Amarildo cambiaban de pronto el ritmo y se filtraban con dribblings electrizan tes en la barrera defensiva checa.
La igualada de Amarildo entonó a los brasileños, que se lanzaron a la victoria, con su ataque reforzado por Zagalo y en ocasiones también por Zito. Brasil, que era amplio favorito, sólo se puso en ganancia a los 65 minutos del partido, con cabezazo de Zito. Los checos tuvieron entonces que enviar más iugadores a la delantera, debilitando su dispositivo defensivo. Garrincha escapó por uno de los huecos abiertos a su frente y su tiro fue rechazado por SchrOif a la posiCión de Vavá, el fusilero brasileño, que remató con potencia. 3-1 y final.