Era argentino pese a que la leyenda y el apellido lo identifican más con esos pujantes ingleses que nos trajeron los ferrocarriles y el fútbol a la gran aldea.
Era argentino, de la provincia de Buenos Aires y desde muy pequeño, el mágico camino del gol se cruzó con el de su vida determinando así definitivamente su destino futbolístico.
En 1893 ingresó de back a la segunda división del English High School, pocos años después era forward del Lomas, pero dos años más tarde se destacaba nuevamente como back, puesto para el que estaba inmejorablemente dotado.
En 1901 comienza el capitulo de sus más trascendentes glorias en el equipo de Alumni, team con cuyo nombre está identificado en un común pasado que ya pertenece a la mitología de Buenos Aires.
Más que jugador de fútbol, más que capitán del equipo representativo de su época, Jorge Brown fue por la gravitación conjunta de diversos factores personales, un ídolo popular arquetípico de nuestro deporte naciente.
Fue tal vez el jugador de fútbol más respetado durante largos años porque responsabilizaba sus virtudes de ejemplar deportista con una invariable conducta de caballero. Una anécdota acude al recuerdo para avalar el concepto.
Eran los tiempos en que Jorge Brown jugaba para Quilmes —ya disuelto el viejo Alumni en un partido contra Huracán. Un jugador del “globito” enardecido en una jugada violenta, atropelló al crack y hasta se le plantó en forma agresiva.
El famoso “negro” Laguna corrió entonces hacia su compañero y tomándolo del cuello le gritó mientras lo sacudia:
—i¡Es Jorge Brown…! ¡Es Jorge Brown!
Claro, era el ídolo, el que estaba más allá de violencias, injusticias y enardecimientos. Y como tal ha pasado a la historia del fútbol.
Fue en su tiempo inigualable en el puesto de back derecho, y según Lancastrian, periodista deportivo de habla inglesa, era el mejor jugador en su puesto del fútbol rioplatense y también del inglés. Ese juicio era un reflejo sin exageraciones de la calidad del correcto capitán de Alumni, ante quien algunos de sus propios compañeros se paraban para contestarle y por quien un 3 de enero de 1936, la ciudad ensombreció su ritmo y su sonrisa.
Había caído para siempre Jorge Brown.