En 1970, el escenario del noveno campeonato mundial de fútbol fue México, un país que realizó grandes preparativos para ese acontecimiento. Lo mismo que en el caso del Uruguay, en 1930, la principal inversión tue dedicada a la construcción de un gran estadio que impresionó no sólo por sus dimensiones sino especialmente por su magnificencia, con palcos individuales que parecen verdaderos departamentos privados.
El seleccionado argentino no llegó a conocer esos despliegues porque fue eliminado en las ruedas de clasificación. Si se descarta su limitada intervención en el mundial de 1934, al que concurrió con un equipo amateur, fue ésta la peor de las actuaciones que tuvo la Argentina en el certamen mundial.
Le tocó jugar los partidos por la clasificación en los meses de julio y agosto de 1969, dentro de una zona que integraban también Bolivia y Perú. El comienzo fue desastroso porque perdió los dos primeros partidos, jugados fuera de Buenos Álres.
En el primero de todos, en La Paz, triunfó Bolivia por 3 a 1, y seis días después, en Lima, llegó la segunda derrota frente al Perú, por 1a0. Los dos desquites tuvieron lugar en Buenos Aires, donde Argentina necesitaba ganar los dos partidos para tener la posibilidad de clasificarse, pero únicamente consiguió una victoria ante Bolivia, empatando el último encuentro frente a Perú en
dos goles por bando. En esa rueda de clasificación, el promedio de Argentina fue de 6 goles en contra y 4 a favor, conquistados dos de ellos por Albrecht, uno por Rendo y el restante por Tarabini. Aquel equipo, con distintas formaciones, lo integraron: Cejas, Suñé, Perfumo, Gallo, Albrecht, Marzolini, Brindisi, Basile, Rulli, Rattín, Pachamé, Rendo, Bernao, Cocco, Marcos, D. Onega, Yazalde, Tarabini y Mas.
También en México se dieron cita todos los campeones mundiales anteriores y, desde esa perspectiva, al margen del tercer triunfo del Brasil, se destacó el resurgimiento de Italia, cuya selección disputó el partido final. Pero el caracter exótico de la historia y la geografía de México, acentuados por la imaginación periodística, dejaron sentir su influencia.
Así, por ejemplo, Helmut Schón, director técnico del conjunto alemán, le temía más a la «venganza de Montezuma» que a los adversartos que le habían correspondido en su grupo, Perú, Bulgaria y Marruecos. Los alemanes entendían por esa «venganza» todos aquellos males que se le presentan a quienes no están acostumbrados a las alturas, como ser mareos, diarreas, respiración entrecortada, falta de aire o zumbidos de oídos.
Los impresionaba mucho saber que tendrían que jugar a más de 2.000 metros de altura, probablemente con fuertes calores, vientos apunantes o, por el contrario, con olas de intenso frío.
Cuando la delegación alemana inició su viaje a América resultó ser una verdadera expedición a la que inclusive bautizaron como «Operación México». Llevaban 15.000 botellas de agua mineral, 800 kilos de carne, pan de centeno e inclusive la ropa de cama propia. Para la Federación Alemana significaba una inversión aproximada de 400.000 dólares.
El equipo local de México llegó hasta los cuartos de final, cumpliendo con una actuación bastante aceptable, pero fue eliminado por Italia que lo derrotó por 4a1. De todas maneras, y después de alternativas diversas, los que alcanzaron las semifinales fueron los campeones de los torneos anteriores: Alemania, Brasil, Italia y Uruguay.
Fuera de juego quedó Inglaterra, a quien eliminó Alemania por 3 a 2 en los cuartos de final, vengando así la derrota de Wembley en 1966 y desmintiendo el pronóstico de Sir Alf Ramsey, quien había vaticinado: «Nosotros les ganamos a los alemanes en la final del mundial anterior y también les vamos a ganar ahora». Franz Beckenbauer, Uwe Seeler y Gerd Múller se encargaron de que las cosas no ocurrieran así.
En las semifinales, Brasil derrotó a Uruguay e Italia a Alemania.
Este último partido fue, sin duda, el más dramático y emocionante de todo el mundial de 1970. En el estadio Azteca de México se encontraron los dos rivales para el que muchos calificaron después como el «partido del siglo». A los 8 minutos de iniciado el encuentro
los italianos consiguieron su primer gol por medio de un hermoso tiro largo de Boninsegna. La defensa italiana, a medida que transcurría el partido comenzó a cerrarse más y más, hasta que el «catenaccio» estuvo en todo su apogeo.
Faltaban apenas 10 segundos para la pitada final y la victoria italiana estaba asegurada, pero de improviso, como un fogonazo, llegó el empate de Schnellinger y la necesidad de seguir en tiempo suplementario. Lo que ocurrió después fue indescriptible: nada menos que cinco goles en una sucesión que parecía no tener fin, sellada por Boninsegna para darle el triunfo a Italia por 4 a 3.
Quizá tengan razón quienes afirman que fue la batalla más emocionante en toda la historia del fútbol.
En el partido final, Italia no pudo repetir semejante actuación y Brasil la derrotó fácilmente por 4a1, consagrándose campeón mundial por tercera vez y quedándose definitivamente con la copa Jules Rimet.