Poco hacia falta para destacar aún más el valor latino de América y la picardía criolla.
Despertábamos la admiración más insospechada en viejos críticos y técnicos deportivos de la añeja y tradicionalista Inglaterra. Hacia el año 20 nos miraban con notable respeto, ya fuésemos argentinos, uruguayos o brasileños los que llegáramos al cénit.
Este fútbol enconado entre argentinos y uruguayos, especificamente, era otra columna destacada ce la página deportiva de entonces. Y ya desde esos dias, después de cada confrontación rioplatense quedaba, de una u otra orilla, el «calentito» estado de ánimo por no llegar primero a la coronación.
Como ahora, como en todos los tiempos, como hace poco en el Mundialito, y que, filosóficamente, Osvaldo Ardizzone tipificaba en su estilo: «Aflojá con las lamentaciones. .. y aflojá también con ese problema de los uruguayos… ¿Hasta cuándo vamos a seguir? El embajador, los periodistas, los relatores, los ministros, los alemanes, los brasileños, los vende-patrias, los patriotas, los que te hacen llorar, los que se enojan, los que están tristes. .. Acordate, Juan, de las frases del Flaco Menotti: “El fútbol no es una guerra; el fútbol es un juego… Las tácticas son grupos, los esquemas son grupos, las concentraciones largas conspiran contra los hábitos de vida del jugador
… La familia, la novia, la mujer, la muchacha que quiere, los hijos, la madre… La verdad son los buenos jugadores, y todo lo demás es cuento que inventaron los verseros del negocio…” Me acuerdo de las concentraciones de aquel Huracán del sesenta y tres… ¿No dan ganas de echarse al suelo y ponerse a llorar?, como canta Discepolín… Las diez de la noche. La oscuridad de la avenida Alcorta, la lucecita del boliche que está todavía al lado de la puerta principal del estadio … *’Que morfen cada uno con su familia”, proclamaba el Flaco, porque entonces era el Flaco, ¿te acordás, Juan?”
Y ya entonces nuestro valer estaba en los jugadores. Esos que dejaban el “laburo”, dormitaban un poco y se iban a la cancha. ¡Y era el seleccionado nacional!
Con ese espíritu, tan nuestro, tan del jugador argentino, fuimos al Sudamericano de 1920, que se jugó en Chile, y este país eligió como escenario la pintoresca ciudad de Viña del Mar.
El campeonato tuvo así un excepcional marco de belleza. El primer partido se disputó entre chilenos y brasileños, en la cancha de Sporting Club, Se impusieron los cariocas, campeones del año anterior.
Al día siguiente, 12 de septiembre se enfrentaron argentinos y uruguayos. El partido resultó interesante, correspondiendo el dominio a cada uno de los equipos en los distintos períodos.
Fue empate y se debió a la defectuosa actuación del juez, que anuló un tanto argentino por offside y consintió otro uruguayo gestado con idéntico vicio. El gol argentino, que luego fue anuado, o obtuvo Badalini a poco del comienzo. Momentos después, Piendibene logró el gol uruguayo —sin que el referee penara la evidente situación adelantada de Romano—. Recién a los 30 minutos del segundo período se obtuvo el tanto que legitimara el empate, producto de una brillante jugada entre Badalini y Echeverría, quien tocó en última instancia, haciendo llegar la pelota a la red.
El resultado así determinado fue intrínsecamente justo, pese a la desacertada actuación del juez.
Luego Uruguay le ganó a Brasil por goleada (6-0), y el 20 de septiembre Chile-Argentina. Fue 1 a 1, con el gol nuestro convertido por Delavalle. El 25 de septiembre se enfrentaron Argentina y Brasil. Venció nuestro seleccionado 2 a O, quebrando a «la paternidad», con tantos de Eche.verría y Libonatti_ El cotejo fue muy deslucido, aunque el andar argentino resultó más preciosista y efectivo.
Finalmente, Uruguay batió a Chile, se consagró campeón, y Argentina subcampeona. En esta oportunidad le valió una copa, testimonio de su eficaz actuación.