Por los principios del siglo XX, un grupo de jóvenes, cuya edad oscilaba entre los 12 y 16 años, se trenzaban a menudo en la disputa de los clásicos partidos callejeros. La calle Treinta y Tres, entre los de Méjico y Agrelo, era el escenario de las hazañas de estos niños. Los interminables partidos con pelotita de goma o de trapo, fueron imponiendo una selección de valores hasta constituir la representación encargada de dirimir superioridades con los muchachos de Equipos vecinos.
Fue así como surgió un equipo que, buscando más amplios horizontes desafiaba a jugar con la número cinco.
Se agrupaban bajo el nombre de «Forzosos de Almagro» y vestían camisetas de color borra vino con cuellos y puños blancos, donados por Don Federico Monti, que fue el caudillo de esa primera época.
La suerte sonrió a los muchachos Los primeros partidos significaron una serie de victorias que aumentaron el entusiasmo y que hasta envalentonaron un poquito a los jóvenes deportistas.
Los triunfos logrados en el improvisado campo de juego fueron haciendo sentir la necesidad de organizarse seriamente. Así lo entendió su líder: Federico Monti y de inmediato lo prepuso a sus compañeros. La idea fue aceptada espontáneamente y con absoluta unanimidad.
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Se dispuso realizar una reunión general y se adoptaron las providencias del caso para el mejor resultado de lo dificilísima gestión.