Hungria llegaba a la Copa del Mundo de Suiza ’54, con la rendida admiración de los entendidos y un fútbol que parecía estar lejos del alcance de cualquier contemporáneo. Los húngaros mantenían el invicto tras cuatro años y veinticinco partidos internacionales, con 104 goles a favor y sólo 25 en contra. Campeones olimpicos en 1952, completaban su extraordinario curriculum con dos resonantes victorias ante lnglaterra, obtenidas poco antes del quinto Mundial. Los húngaros habían vencido 6-3 en Wembley y propinado a los ingleses un vapuleo aún mayor en Budapest, 7.1. Eran invencibles, sin exageración, por lo menos hasta el día de la final.
El promedio de goles alcanzada en Suiza, 5,38 por partido, era el más alto de la historia del torneo, Y habría que esperar veintiocho años, para que en España 1982, superaran en seis tantos la cantidad absoluta lograda en aquella irrepetible ocasión: 140 goles. Treinta y cuatro países estuvieron en la fase eliminatoria y dieciséis era el número de plazas establecidas.
La organización del Mundial de Fútbol se concedió a los suizos debido a que, simultáneamente con la Copa, se celebraba el cincuentenario de la FIFA, que tenía su sede en Zurich.
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Allí iba a verse el ocaso de un gran campeón, Uruguay, que caia con dignidad y no tendría otra vez protagonismo en la Copa, pese a su buena figuración de 1970. Faltó nuevamente Argentina, y las selecciones latinoamericanas, seis en 1950, fueron tres en 1954: Brasil, México y los uruguayos. Hubo cuatro grupos, con dos cabezas en cada uno, que no se enfrentaban entre sí; obviamente, tampoco los dos restantes. Dos equipos pasaban por grupo a los cuartos de final y, en caso de igualdad a puntos, se jugaba el desempate. Las instancias siguientes, hasta la definición del título, se dirimían a un partido.
Hungría dio fácil cuenta, 9-0, de Corea del Sur, uno de los debutantes del torneo, y goleó 8-3 a Alemania Federal, que introdujo seis suplentes en su alincación, El favorito tenfa una dernoledora arrancada, pero perdia frente a los alemanes a su capitán, Ferenc Puskas, que sólo iba a reaparecer en el último encuentro.
Otro de los grandes, Brasil, goleó 5-0 a México, en Ginebra. Los brasileños, que estrenaban, y ya no iban a abandonar, sus colores verde y amarillo, pasaron a los cuartos de final empatando a cero con Yugosiavia, vencedora previamente de Francia.
En el grupo 4, Italia volvía a fracasar en un Mundial, al perder 4 a 1 ante Suiza el partido de desempate. Suiza, que también se había impuesto en el primer encuentro de ambos, sorprendió a los italianos con el cerrojo, una formación ultradefensiva del entrenador Karl Rappan, que eligió precisamente un Campeonato pletórico de goles y fútbol de ataque para presentar su conservadora novedad. Primera en ese grupo quedó Inglaterra, con un triunfo sobre Suiza, 2-0, y una igualada con Béigica, 4.4.
Uruguay era cabeza, junto a Austria -con la que, entonces, no se enfrentaba- en el grupo 3. Tuvo dificultades en su primer compromiso, jugado ante Checoslovaquia en el barro. Se llegó al intermedio sin goles y marcaron Míguez y Schiaffino en el complemento. En cambio, el partido con Escocia -que otra vez era segunda en la Copa británica, pero decidía intervenir- fue una auténtica fiesta de la celeste. Los escoceses tenían una derrota ante Austria y necesitaban del triunfo para seguir en carrera. Pero Uruguay los dejó fuera, con espectacular contundencia. 7-0 con tres goles de Borges, dos de Miguez y dos de Abadie.
Ocho jugadores de Peñarol estaban en la alineación titular uruguaya: Máspoli, William Martínez, Rodr íguez Andrade, Obdulio Varela, Abadie, Miguez, Schiaffino y Borges. T res eran de Nacional, Santamar ía, Cruz y Ambrois. lban a actuar también Hohberg, de eficaz gestión, Carballo, Méndez y Souto. Una magnífica selección, que tenía en Santamaría en la defensa, Schiaffino como organizador del fútbol de ataque y, naturalmente, el gran Obdulio Varela, a tres de los astros de ese Mundial; y, tal vez, de todos los Mundiales que han sido.
Brasileños y húngaros chocaron en Basilea en el campo de juego y fuera de él. Hungría no contaba con Puskas, pero todos, titulares y suplentes, se enredaron en una formidable pelea. El árbitro, Ellis, expulsó a Nilton Santos y Boszik por mutua agresión. Venció Hungria, 4-2, y la riña colectiva, con golpes de puño y lanzamiento de botellas, continuó en los vestuarios.
En tanto, Austria y Suiza disputaban un partido de extraordinario desenlace. Los austríacos perdían 3-0, pero abrieron el cerrojo de Rappan y, conducidos por Ocwirk, su cerebro, terminaron haciéndolo trizas e imponiéndose 7 a 5.
Uruguay pasaba a las semifinales con una clara victoria en Basilea sobre Inglaterra, que echaba a un lado la flema y recurría a la violencia para evitar el rídiculo. La selección uruguaya superaba a la inglesa en todo el terreno y el partido era por momentos una soberbia exhibición de los celestes, con Schiaffino genial y Abadie, Ambrois y Borges imparables. Borges hizo el primer tanto y Obdulio Varela aumentó. Los británicos fueron entonces a la caza del hombre y Abadie resultó lesionado. Pero Schiaffino marcó el tercero y, cuando Inglaterra se acercaba, con goles de Lofthouse y Finney, el entreala derecho Javier Ambrois, que estaba también visiblemente sentido, cerró la cuenta en 4-2.
Uruguay conservaba aún el invicto en 30 años de partidos oficiales intercontinentales, pero había perdido dos titulares; especialmente, iba a sentir la baja de su caudillo, Obdulio Vare la, que hubo de abandonar la cancha tras su gol y sólo podia volver para ocupar simbólicamente la posición del puntero izquierdo, ya sin posibilidad de jugar.
Varela, alma y pulmón del equipo uruguayo, y en quien Brasil entero había individualizado al responsable de su derrota en Maracaná, tenía 37 años en 1954 y era profesional desde los 19. Debutó en primera división defendiendo a Wanderers, y pasó más tarde a Peñarol, donde permanecer ía hasta su retiro.
En la historia del fútbol uruguayo, donde no escasean los líderes de fuerte personalidad, destaca el perfil de Obdulio Jacinto Varela, por la confianza que infundía a sus compañeros y su rotundo control de su zona, el medio campo. De ejemplar profesionalidad e inasequible al desaliento, su voz de mando podía más que el tronar de un estadio entero, como lo probó en la final de Río.
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El Mundial de 1954 era el último para Obdulio Varela y él sólo aceptaba despedirse bregando por el título de campeón, Asi, estuvo la noche anterior al partido con Inglaterra tratándose con hielo para aliviar el dolor y la inflamación de sus estragados tobillos. Dio un gol al triunfo de su equipo; pero las piernas no lo sostenían en la cancha y no pudo continuar. Era ése el final de su incomparable trayectoria de luchador.
Alemania Federal, que había superado el desempate frente a Turquía y quedaba segunda en el grupo 2, tras los húngaros, alcanzaba la cuarta plaza en las semifinales con triunfo sobre Yugoslavia, 2-0. A continuación demolía a Austria, 6-1, dando un campanazo de alerta que muy pocos tuvieron presente el día de la final.
La selección alemana, desconocida de muchos y oscurecida como casi todas por la enorme fama de Hungría, había dado prueba sin embargo de su potencia en la fase eliminatoria y en sus partidos de preparación para el torneo de Suiza. Cuando compareció a la final con los húngaros, tenía ganados quince de los dieciocho partidos internacionales jugados bajo la bandera de la República Federal Alemana, la nueva denominación nacional que se había dado en la posguerra. Fritz Walter, centro medio y capitán de la selección, era uno de los pocos jugadores alemanes en los que la crítica reconocía calidad técnica junto a la consabida condición atlética. Walter fue internacional 61 veces entre 1940 y 1958, y cumplió toda su trayectoria en el club de su ciudad natal, el Kaiserlautern.
Especialista en el tiro libre, era hombre de confianza de Sepp Herberger, el entrenador, que dividía con él el mando en los partidos. En el equipo alemán de 1954 -del que era también titular Ottmar Walter, hermarno de Fritz- el entendimiento del centro medio con el puntero Rahnn, el goleador, resultó letal para los húngaros. La oposición personal de Jules Rimet había frustrado hacia 1947 la primera tentativa -realizada en común por Austria, Finlandia, Inglaterra y Uruguay de rehabilitar a Alemania, que estaba expulsada de la FIFA a causa de la guerra. Pero en 1954, tras el definitivo levantamiento de la excomunión, el mismo Rimet iba a verse en el deber de entregar la Copa al equipo que siete años antes no admitía. El capitán alemán, Fritz Walter, fue co-protagonista de esa simbólica ocasión.
Para la disputa del Uruguay-Hungria, anunciado como el partido del siglo (aunque fueran, antes y después, muchos los partidos llamados del siglo) la policía acordonó el estadio de Lausana provista de cascos de acero. Se temía otra refriega como la del Brasil-Hungria. Pero lo que se vio, en cambio, fue una lucha leal e inolvidable, un clásico de colección.
Era nuevamente baja Puskas en Hungría y los uruguayos utilizaban tres suplentes. Palotas ocupó el sitio de Puskas; Souto y Carballo sustituyeron a los lesionados Abadie y Varela, respectivamente, en tanto que la sanción disciplinaria del habilidoso centro delantero Míguez -absurda, y nunca explicada satisfactoriamente- daba entrada a Hohberg. Caia una fuerte lluvia y el terreno iba a ser un lodazal en algunos sectores. No obstante, el fútbol practicado resultó en todo momento de alta clase. Más renovadora la aportación húngara, que enviaba al desván de la historia el sistema WM, con un esquema flexible estable cido por el técnico, Gustav Szebes, y la doble función de ataque y contención de varios jugadores.
En cuanto a los uruguayos, en ellos prevalecían sobre las concepciones tácticas los recursos emanados de la buena técnica; la inspiración, el imprevisto, y el oficio futbolístico de una dilatada experiencia internacional. Desde luego, también el temperamento, la voluntad de no entregarse jamás. Czibor anotó para los húngaros en el primer tiempo con disparo sesgado desde la izquierda y Hidegkuti aumentó. La selección de Hungría llevaba claramente la iniciativa, con Boszik y Hidegkuti -un centro delantero que en la M de Gustav Szebes se ubicaba detrás de los entrealas- controlando el medio campo.
Pero en el minuto 75 se produjo un vuelco drástico. En gran levantada, Uruguay ponía en aprietos a la defensa rival. Bien asistido por el debutante Néstor Carballo, Schiaffino equilibraba el medio juego y Hohberg avanzaba con peligro. En una combinación con Schiaffino, de tenso dramatismo, con un Uruguay de alta moral que olvidaba sus bajas, se apoderaba del partido y buscaba el triunfo, tras empatar también por medio de Hobberg.
Obdulio Varela ha dicho que, a su juicio, Uruguay era mejor que Brasil en 1950 e inferior a Hungría en 1954. Pero lo cierto es que, ya en el alargue y con el 2-2 todavía en el marcador, el goleador Hohberg estrelló un pelotazo mortífero en el marco de Grosics y, aún antes de la finalización del segundo tiempo, Boszik había desviado un tiro de Schiaffino en la misma línea de gol. La mejor preparación física de los húngaros resolvió el partido. Por fin, el oportunismo de Kocsis y su eficacia en el juego de cabeza dieron el triunfo a su selección; 4-2.
Subestimada Alemania como lo fuera cuatro años antes Uruguay, la final se esperaba como la consagración de Hungría. Había 50.000 espectadores el día 14 de julio, en el estadio de Berna. Los estadios suizos eran pequeños, aunque siempre fueron ocupados por completo y el alto costo de las entradas iba a asegurar la financiación del torneo.
Puskas, cuya intervención tonificaba anímicamente a su equipo, salió a jugar el partido contra la opinión de los médicos. Puskas puso en ganancia a Hungría, a los seis minutos, volvió a sentirse. Hungria dominaba Y, lanzada siempre al ataque, aumentó mediante Czibor, a los ocho.
Pero la tenacidad de los alemanes era como su condición física, a toda prueba. Morlock anotó enseguida y Rahnn igualaba el marcador doce minutos después de haberse abierto. Los húngaros ajustaron en la segunda parte la presión sobre el arco de Turek, que respondia sin embargo con seguridad. A cinco minutos del final, un contragolpe alemán obligó a Boszik a un rechace en falso. La pelota fue a Schaefer, que centró hacia Fritz Walter y Rahnn. El puntero alcanzó el pase y batió al golero Grosics.
Estimulados por Puskas, que se sobreponía a su lesión y organizaba la última oportunidad de evitar la derrota, los húngaros cargaron una y otra vez sobre la zona de peligro alemana. Y Puskas marcó, aunque en off-side, y el árbitro anuló el tanto. Inmediatamente terminaba el partido.
La federación alemana de fútbol, que en ese tiempo era tan austera como la vida en su país, recompensó a los campeones con un premio exiguo, 2.000 marcos. En cuanto al equipo húngaro, la derrota y posterior emigración de varios de sus astros -como Kocsis, Puskas y Czibor- iban a liquidarlo. Hungría no ha vuelto a tener un fútbol de tanta calidad como el de los fantásticos concertistas de Gustav Szebes.
En tanto, un desangelado equipo uruguayo perdía el tercer puesto ante Austria, 3-1. El partido se jugó en Zurich; hubo incluso un gol en contra de Cruz, y un penal convertido por los austríacos. Para Uruguay-cuyo tanto lo marcó tambión esa vez Hohberg- el Mundial había terminado en realidad en la semifinal de Lausana.