Cuando la semilla del fútbol se comienza a sembrar a mediados del siglo XIX en los colegios ingleses y poco a poco comienza su expansión por el mundo, no estaban todas definidas las reglas generales del juego, por lo que por lo general, y al ser considerado un deporte de caballeros, estas se consensuaban y discutían entre los equipos participantes, como por ejemplo la cantidad de jugadores del encuentro.
Para estas épocas «la palabra» era lo más valioso que tenia una persona, en este caso, los jugadores para cumplir y hacer respetar las mínimas reglas acordadas.
Podia existir que una jugada ameritaba diferentes interpretaciones por parte de cada equipo, pero jamás una decisión era a favor de una injusticia para sacar ventajas.
Con el avance del fútbol, se fueron poco a poco puliendo las reglas y las figuras intervinientes en el juego. Fue así como aparecieron los delegados o «umpires» que eran los designados por cada equipo para hacer cumplir las reglas que habían sido impuestas antes de comenzar.
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Es así como intervenian dos «delegados» en un partido de fútbol que oficiaban de árbitros, uno por cada equipo, a los que se les podía apelar. Se comenzó a utilizar esta figura en el primer partido de la FA Cup (Football Association Challenge Cup – primera competición de fútbol de la historia) y el encuentro internacional. Sin embargo, esta solución estaba lejos de ser ideal, ya que tomar decisiones estaba precedido de largas demoras.
A fin de evitar estas largas demoras en las resoluciones, se incorporo un árbitro también fuera del terreno de juego, pero como agente consultor o mediador para resolver aquellas situaciones en las que los dos «umpires» no llegaran a un acuerdo.
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Esta situación del tercer árbitro sólo se determinaba para los partidos de Semifinales y Final.
En 1891 se introdujo una sola persona con la autoridad de expulsar jugadores y dar tiros penales y tiros libres sin escuchar las apelaciones. Los dos árbitros se convirtieron en jueces de línea, hoy comúnmente llamados «árbitros asistentes».