El Mundial de Italia 1990 no fue el mejor torneo de la Selección Argentina en cuanto a juego. Pero sí fue uno de los más heroicos, dramáticos y apasionantes que vivió el país. En ese contexto, hubo un momento que quedó grabado a fuego en la memoria colectiva del hincha argentino: el gol de Claudio Caniggia a Brasil en octavos de final, una jugada que pasó del sufrimiento al éxtasis en un par de segundos.
Fue un acto de resistencia futbolística. De coraje. De amor propio. Fue una obra maestra tejida con las últimas gotas de energía en una noche donde todo parecía perdido.
Un partido imposible
Era el 24 de junio de 1990, en el estadio Delle Alpi de Turín. Argentina llegaba con muchas dudas tras una primera fase irregular. Brasil, en cambio, venía con puntaje ideal, un equipo joven y veloz, y una confianza arrolladora. El partido pintaba para goleada brasileña.
Durante más de 80 minutos, el equipo de Sebastião Lazaroni fue una máquina de atacar. Remates en los palos, atajadas monumentales de Goycochea, salvadas milagrosas, y un dominio asfixiante sobre una Argentina que no lograba hacer pie.
Pero el fútbol tiene esas cosas inexplicables. Y Argentina tenía a Diego Maradona.
El pase eterno
Corría el minuto 81. Maradona recibió la pelota en su propio campo, rodeado de camisetas amarillas. Avanzó entre rivales, resistió un empujón, una barrida, un golpe. Cuando parecía que caía, sacó un pase quirúrgico, mágico, con la punta del botín izquierdo. La pelota atravesó todo el campo brasileño y quedó en los pies de Claudio Caniggia, que apareció como un rayo por la derecha.
El arquero Taffarel salió a achicar. Caniggia, con sangre fría, lo eludió hacia la izquierda y definió con el alma. Gol. Gol de Argentina. Gol a Brasil. Gol histórico.
Fue el único remate al arco de Argentina en todo el partido.
La explosión de un pueblo
En Argentina, el país entero estalló. No importaba que el equipo venía jugando mal. Ese gol fue una bocanada de gloria, una reafirmación de identidad, una hazaña. Vencer a Brasil en un Mundial, y en un contexto tan adverso, elevó esa jugada al nivel de leyenda.
Caniggia, con su melena rubia, se convirtió en héroe nacional. Maradona, incluso sin hacer goles, volvía a demostrar por qué era el alma del equipo. Y Goycochea, con sus atajadas previas y las que vendrían, iniciaba su camino hacia el Olimpo.
El gol fue transmitido millones de veces. El relato de Víctor Hugo Morales, gritando “¡Caniggia, Caniggia, Caniggia gol, gol, gol, gol argentino, gol argentino!”, se volvió parte de la historia.
Más que un resultado
Ese triunfo marcó el rumbo de Argentina en el torneo. Le siguieron dos tandas de penales infartantes: una ante Yugoslavia en cuartos y otra ante Italia en semifinales, con Goyco como héroe. El equipo de Bilardo, que parecía acabado, llegó a la final. Perdió ante Alemania por un polémico penal, pero dejó una huella de carácter y épica.
El gol de Caniggia a Brasil fue el punto de inflexión. El momento en que el equipo se reencontró con su espíritu. En que el pueblo recuperó la fe. Fue más que un tanto. Fue un símbolo de resistencia, de lucha, de esperanza.
La mística de Italia 90
Italia 90 no fue un torneo brillante, pero fue un torneo emocionalmente inolvidable. La música de Ennio Morricone, la camiseta azul con la que se jugó la final, los relatos, las imágenes, los abrazos. Todo eso construyó una mística única.
Y en el centro de esa narrativa está ese gol. Caniggia corriendo con los brazos abiertos. Maradona levantando los puños. Bilardo llorando. Goycochea besando el césped. Los hinchas abrazados. El alma argentina en estado puro.