El nacimiento de la FIFA
La consolidación de las federaciones nacionales y su aumento incesante crearon las condiciones para establecer un organismo supranacional.
Las federaciones nacionales podían regir sus propias actividades futbolísticas, pero la realidad de los intercambios competitivos de carácter internacional hizo germinar rápidamente la idea de coordinarlos a través de un nuevo organismo. De esa necesidad, quizás un poco prematura, nació el 21 de mayo de 1904 la Federación Internacional del Fútbol Asociación (FIFA).
Con el pretexto de la celebración en París de un encuentro internacional entre las selecciones de Francia y Bélgica, que finalizó con empate a tres goles, acudieron a la capital francesa delegados de las federaciones alemana, belga, danesa, española, francesa, holandesa, sueca y suiza, quienes después de finalizado el match decidieron cambiar impresiones acerca del «control de los encuentros internacionales.
Las discusiones duraron cerca de siete semanas, y finalizaron con la fundación de la FIFA. Los congresistas, conscientes de que la ausencia británica restaba representatividad al nuevo organismo, dado que la nación había inventado el nuevo deporte seguía teniendo el fútbol más potente y de mayor calidad, ofrecieron la presidencia de la FIFA a las entidades del Reino Unido. Sin embargo, la Federación Inglesa, que fue la receptora de la oferta, quizá por considerarla prematura, o sencillamente por despecho al no haber sido convocada desde un principio, la rechazó.
El nacimiento de la FIFA fue, pues, problemático. Sus fundadores demostraron ser tremendamente audaces: la consistencia del nuevo deporte a niveles nacionales presentaba una realidad reconfortante y las perspectivas eran francamente optimistas, pero todavía existían rasgos de fragilidad.
En muchos países, por ejemplo, no había aún federación, a pesar de practicarse el deporte futbolístico. Por ello, quiză, los británicos acogieron con recelo y catalogaron inicialmente de utópica la idea pionera de organizar una «competición mundial de fútbol», como rezaba, entre otras cosas, el primer reglamento de la nueva organización.
Sin embargo no puede tildarse negativamente la iniciativa de los delegados de los ocho países europeos, pues ella aceleró la consolidación del fútbol allí donde todavía se encontraba en un estadio incipiente.
Fuera como fuere, el hecho es que la FIFA existía ya en 1904, y su existencia no podía soslayarse por mucho tiempo. Así, rápidamente se entablaron negociaciones para incorporar en su seno otras representaciones nacionales, insistiéndose permanentemente ante las organizaciones del Reino Unido.
Pero un nuevo problema salió a la superficie: el reglamento aprobado por los «ocho», con una perfecta lógica, solamente admitía «una federación por cada país».
En el congreso celebrado en Berna en 1906, una subfederación, la de Bohemia, solicitó su afiliación. Bohemia formaba parte del decadente Imperio Austro-Húngaro, dentro del cual tanto Austria como Hungría contaban como entidades nacionales propiamente dichas.
A pesar de ello, en aquella reunión se admitió al representante bohemio; esta afiliación fue revisada en el Congreso de Viena, celebrado en 1908, precisamente a petición de los húngaros, y Bohemia fue expulsada de la FIFA,
Sin embargo, coincidiendo con este episodio, solicitaron su ingreso en la FIFA las cuatro federaciones del Reino Unido, es decir, ingleses, escoceses, galeses e irlandeses. La reacción inicial fue negativa, y alemanes y franceses se opusieron rotundamente en nombre del principio que establecía «una nación, una federación».
A pesar de dicha oposición, el Congreso de Milan, celebrado en 1910, calibró que era mejor tener cuatro federaciones británicas que ninguna, pues la organización no podría resistir mucho tiempo el boicoteo del Reino Unido, y todas ellas fueron admitidas.
Este es el origen de la presencia actual de equipos de las cuatro federaciones del Reino Unido en los campeonatos internacionales.