Américo Tesorieri. El Gran Arquero de Boca

Es por 1914 que llega un arquero a Boca Juniors, lo trae de la mano don Antonio Bucelli, el padrino de Ángel Romano. Será El Arquero, El único.

Ni antes mi después hubo otro como Américo Tesorieri. Ni lo habrá para quienes lo han visto en su tarde más gloriosa.

Fué el 2 de noviembre de 1924, una tarde que se fue dilatando en la evocación, una tarde inmensa que vive años y años. Se produjo en el Parque Central de Montevideo, en el match final con los uruguayos por el campeonato sudamericano de ese año.

Fué el arquero anguloso, pálido, con su típica tricota gris, remangado, solito él frente a los forwards ahogando en las gargantas el grito de gol, triturándolo, estremeciendo el estadio.

El cuadro argentino fué dominado en casi todo el match. Y Américo, atajando. Llegó un momento en que parecía loco, en que su rostro, color de noches de vagabundeos por la ribera, tenía acentuada su palidez, aumentando los ángulos, y le agregaba una risa nerviosa que podría parecer despectiva, “ja… ja… ja…”, decía con la pelota en las manos a los delanteros orientales. Y no era mofa: no existia ni el asomo de una burla. Es que estaba enloquecido. Enviaba la pelota hacia adelante y le volvia de nuevo a su valla.

De una punta a la otra se lanzaba aquella silueta estilizada con dos manos hechas tenazas, con dedos como garfios que ] aprisionaban junto al otro poste. “¡Ja… ja… ja…!”, y la hacía bailar, en sus manos, y sacaba la lengua seca, hecha yesca.

Tenía de Dios y de diablo, una mezcla rara, inaudita.

AQUELLA ERA “SU TARDE”

Cuando terminó aquel partido, que significaba la finalización del cer. tamen con la valla invicta (aunque perdido por un empate más), los uruguayos los llevaron en hombros hasta el palco presidencial para que Américo Tesorieri recibiera las felicitaciones del presidente del país hermano, entonces el ingeniero Serrato.

No comprendia mucho Tesorieri aquellas manifestaciones. No sabía el motivo. A los años, a fuerza de relatos y comentarios, fué aceptando que aquella habia sido “su tarde”, pero no lo supo en el curso de la misma.

En esa tarde brilló como los astros. Sin saberlo.

Invicta la valla en el Sudamericano de 1921 disputado en Sportivo Barracas, invicta en el mencionado del 24, y en campo ajeno, quedan esas dos cartas sobre el tapete futbolístico desafiando a quien se atreva a empardarlas. Y ellas siguen allí sobre el verde, porque no hay en ningún mazo quien tenga barajas similares. Por eso dijimos El Arquero, Ni antes ni después. Único.

“YO SOY AMÉRICO TESORIERI”

En 1916 apareció en una segunda de Boca. En 1927 dejaría por un conflicto que no vale la pena analizar. Cosas. Pero nos dijo en medio de aquel torbellino de opiniones encontradas, de los más diversos comentarios: “Yo soy Américo Tesorieri. Con todas mis culpas y con todos mis defectos, yo soy Américo Tesorieri. Los que me critican tienen sus páginas en blanco; en la historia de Boca yo tengo las mías escritas.”

Fué a Rosario Central, fué a Sportivo Barracas…, pero nunca más pudo jugar. No se hallaba, no se interesaba por el juego. Se distraía por más voluntad que pusiera, por más que forzara su atención. No llegaba a concentrarse quien jugara por colocación, por conocimientos futbolísticos, por intuición. “Yo adivinaba”, nos dijo más de una vez. Se lo corregimos con un “yo sabía”. Por eso, cierta vez que el uruguayo Héctor Scarone iba a shotear, Américo se colocó donde tenía que venir la pelota. Scarone la tomó mal, la pifió y entró por otro ángulo. Tesorieri le gritó:

—Este gol lo sacaste en las quinielas…

Y desde entonces los goles de ese tipo fueron “quinieleros”.

Pero también Tesorieri tenía golpes “inauditos”. Solían marcarle de los tontos. Imaginativo, a veces una palabra, un color de tarde, un zumbido en el aire, el vuelo de un pájaro… se lo llevaban volando. Y dejaba el arco estando en él,

“PASÓ UNA MUJER”…

“Por mi vida pasó una mujer…”, fué expresión suya que nos confió una tarde en su casita de madera de la calle Irala, junto a sus viejos. Algo taciturno quedó después de su alejamiento de Boca, y, quizás por ello, se acrecentó la nostalgia de aquella que pasó. Por eso gustaba de pasear solito por la ribera, llevando al costado las casitas de madera, en una de las cuales había nacido, y mirando las turbias aguas del Riachuelo a las que les cantara Filiberto. Por ese rumbo habían llegado sus padres. Y su padre era marino como lo fueron todos los ascendientes de que tenía noticias. Un conjunto de matices y de sucesos contribuveron a formar esa sensibilidad tan suya y que solamente descubría a quienes pudieran entenderla.

“Aqui vine hace catorce años… Tenía entonces veinte… y anhelos siempre crecientes. Aqui, junto a este poste y a esta altura, fué el gol. Yo veia que Piendibene venia amagando un pase a la derecha y avanzando a la vez. Amagos y adelantamientos. Cuando llegó a mis backs, les grité: «¡No se abran!» Fué tarde. Con un movimiento de cuerpo, hamacándose, Piendibene los abrió. Y el tiro fué a esta altura. Imposible de atajar… Yo tenía veinte años… Vuelvo ahora canoso, derrotado. sin esperanzas…” Asi les contaba a sus compañeros del team de Ferrocarriles del Estado los más de elios veteranos ilustres. “Tenía treinta y cuatro años: muchos recuerdos, muchas canas…

SE HABÍA HECHO TARDE…

Se hallaban en Chile, en el estado de Viña del Mar. Américo Tesoreri quiso ir a ver esa cancha a la que llegara radiante catorce años atrás. Estaba solitaria, como las montañas por sobre cuyas laderas resbalaba el atardecer. Y contaba… “Siempre que se inicia un gran amor en la vida ignoramos qué habrá de aportarnos el mañana. De saberlo, acaso no avanzariamos…” Aquel grito suyo de “¡No se abran!” había sido dado tarde. Ahora también se había hecho tarde…

Pero vuelve a ser temprano para la evocación. “Con todos mis defectos, con todas mis culpas, yo soy Américo Tesorieri”, nos dijo hace mucho, mucho. Volvemos a escuchar esas palabras transmitidas por el hilo del recuerdo y aceptamos la honda verdad. El tiempo va rodando los cantos, purifica y suaviza, elimina asperezas y nos presenta lo que tiene valor positivo. Es el que se resiste al tiempo. Y aquel flaco anguloso de la tricota gris sigue siendo El Arquero.

LA POLÉMICA Y “SULTANA”…

Quiso el andar ofrecerle una encrucijada. Cosa de novela. En aquel momento en que tuvo un conflicto con Boca Juniors, en una revista se originó áspera polémica. Dos amigos se enfrentaron con publicacio

nes: Tesorieri y Bidoglio. Terció, sorpresivamente, una mujer que firmaba Sultana, de ojos ozules, y quien defendía a Américo. |

El tiempo continúa ‘su andar. La polémica finaliza, se olvida, y a los años vuelven a encontrarse reunidos por la Mutual de ex Jugadores de Boca. Así, una noche, después de una comida regada con risas y recuerdos, ya en tono hondamente amistoso, se cita la polémica, y “Terieri le confía ‘a Vico:

—¿Quién sería aquella Sultana de ojos azules…?

—¡Cómo!… ¿No la conocés?… Es amiga de mi familia…

—Entonces, decile que por lo menos me hable por teléfono para agradecerle.

Asi sucedió. Y aquella Sultana es la señora de Tesorieri y la madre de sus hijos.

“Por mi vida pasó una mujer…”,.era un recuerdo amargo. A su vida llegó otra mujer. Parece una novela.