La fundación de Colo Colo, salvo en sus motivaciones, no difiere en nada a la que pudo tener cualquier club deportivo de barrio de nuestros días. Y en la década de 1920 la mayoría de las instituciones tendrían sí mucho que envidiarles a los clubes de las varias y bien organizadas ligas que compiten sábado y domingo en buenas canchas de la periferia capitalina.
El nacimiento del más popular equipo que haya conocido la historia del fútbol chileno es obra tan sólo de las circunstancias. El espíritu siempre rebelde de la juventud tiende a confrontarse con los mayores, a tomar derroteros propios y a imaginar políticas de cambios, cualquiera sea el medio en que se desenvuelva.
El 12 de abril de 1925, ese choque generacional hace crisis en la asamblea del club Magallanes, uno de los más antiguos del país. Sus ideas conservadoras respecto de cómo debía desarrollarse la actividad futbolística, ya en franca expansión popular por esos años, encontraron abierta resistencia en los jugadores jóvenes del plantel. Aunque se trataba de un deporte que en Chile se practicaba en forma amateur, pero con vicios y virtudes del profesionalismo ‘marrón» era preciso ordenar su actividad de manera seria, acorde con los tiempos que corrían.
Los hermanos David y Alberto Arellano, profesores primarios y de superiores quilates intelectuales que la mayoría de sus compañeros del primer equipo, captaron inspiradamente que el crecimiento del espectáculo, capaz de llevar varios miles de espectadores a un partido, no se compadecía con el sacrificio que muchas veces debían hacer los propios jugadores. El colmo se daba en algunos equipos, donde financiaban los gastos institucionales y pagaban una cuota por actuar. David Arellano, cuyas ideas eran conocidas por sus compañeros, fue postulado como capitán de Magallanes. Tal pretensión recibió la airada réplica de Santiago Nieto, el presidente interino.
Los Arellano y un grupo de jugadores conversaron respecto de una eventual renuncia al plantel y de la creación de un nuevo club— deciden dar la batalla final por sus convicciones.
EN EL «QUITAPENAS» NACE UNA LEYENDA
Los relatos de la época, trasmitidos por los protagonistas de la historia, familiares y amigos, y recogidos en escuetos párrafos de prensa, destacan por su sencillez y carencia de todo dramatismo. Quizá si ello, por si solo, explique la escasa importancia que aún se le daba al fútbol en este rincón del mundo. Pero en el seno de la asamblea magallánica de aquel 12 de abril hay evidencias de que los ánimos estaban más que caldeados y dispuestos a escindirse, unos, y a expulsar a los soliviantados, otros. Por eso, cuando Juan Quiñones, designado para hablar por los disidentes, no fue escuchado por Nieto y quienes lo respaldaban, el grupo se paró y abandonó la sala no sin antes alzar la voz para sentenciar: «¡Que jueguen los viejos!»
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David y Alberto Arellano, Juan Quiñones, Francisco Arellano, Clemente Acuña y Rubén Arroyo —todos del primer equipo— rumbean, ya de noche, por Avenida Independencia, hacia la calle Panteón, que lleva al Cementerio General. En el trayecto son alcanzados por Nicolás Arroyo, Luis Contreras y Guillermo Cáceres, del segundo equipo, además de Luis Man-cilla y Eduardo Stavelot, del tercero, que se pliegan a la rebelión. Suman once, el número exacto de un cuadro de fútbol. ¿Coincidencia? Talvez.
En la esquina, frente al camposanto, está el restaurante «Quitapenas», de actual existencia. Entran aún mascullando su impotencia, y toman la decisión de fundar un nuevo club. Sugieren a Quiñones como presidente, y éste cita de inmediato a la primera reunión en el Estadio El Llano, para, el domingo siguiente, 19 de abril de 1925, quedar como fecha histórica de fundación del Club Social y Deportivo Colo-Colo.
(Fuente: Colo Colo, Alma de Campeón. Autor: Adamol)