Las primeras pelotas fabricadas en Argentina

Por los años 1866 y 1867 vivían en Flores muchos ingleses. El “veraneo” se realizaba en las estancias, en Barracas, en Belgrano y, sobre todo, en aquel centro de población que era el preferido por las más calificadas familias argentinas.

Un vasco de apellido Larralde, reiteradas veces citado en ensayos históricos, poseía una cancha de pelota y de “rackets”. Muchos residentes británicos la arrendaban para su uso exclusivo durante dos o tres días. El propietario del local tenía a su servicio a un viejo criollo, habilísimo para fabricar, en cuero crudo, bozales, lazos, riendas, etc.

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A la cancha del vasco Larralde concurrían miembros del Buenos Aires Football Club, entre ellos Tomás Hogg. Un día alguien pidió al criollo que hiciese una pelota de fútbol, usando, naturalmente, cuero crudo. Dedicándose entusiastamente a su nuevo trabajo, consiguió hacerla algo defectuosa. Nadie se atrevía a objetar la obra. ¡Para qué herir el amor propio del autor! Los ingleses eran los más reacios para dar su opinión. Estaba por aquella época en todo su apogeo esa suerte de rivalidad, de celo exteriorizados así se presentase la ocasión y que hasta llegó a la escena teatral bajo la significativa síntesis de su título: “Criollos y Gringos”… Hubo quien sorteó la dificultad.

-Fulano, le dijo. Cuando tenga tiempo, no deje de ocuparse de sus aperos, y “cuando le venga bien”, nos hace una pelota para jugar”.

Por su trabajo recibió el peón interesante paga y por ella estimulado fabricó muchas, destinadas al Buenos Aires Football Club. No servían. ¡Un clavo mayúsculo con el que tuvo que apechugar la asociación! Hubo protestas en el seno de la comisión directiva: ¡Pagar por semejante trabajo! Tomás Hogg y otros caballeros decidieron abonarlo de su peculio; sin embargo, el club sufragó el gasto. Pero era necesario poner término a la febril actividad del improvisado productor, que ya no hacía más aperos. ¿Cómo? Se le nombró canchero, Terminó así la pesadilla. Y el viejo peón se inició en otras faenas muy distintas, por cierto, a las que había desarrollado hasta entonces. Eso sí, no perdonó nunca que se hubiese menoscabado su labor, realizada con tanto cariño y con tanta dedicación, la misma que como seña inconfundible, como marca de fábrica, llevaban sus riendas y sus lazos… No hay ni qué decir que en su rebeldía instintiva echaba la culpa a los ingleses, a los “gringos”, que así mostraban una vez más la hilacha al enfrentarse con un criollo…

¿UN PRECURSOR?

¿No debemos hallar, quizá, en aquel modesto artífice del agro nativo, al primer fabricante argentino de pelotas de fútbol, al que con la modestia de sus medios precarios, realzados por la habilidad endiablada de sus manos, dió las primeras puntadas al cuero crudo, para que después de transcurrido más de medio siglo, los gajos cortados sobre las mesas de los talleres o en las máquinas que adentran la afilada cuchilla sobre la lonja adecuadamente trabajada en las curtidurías nuestras, se transformasen en la “pelota criolla”, destinada a imponerse, definitivamente, dentro y fuera del país?…