El Milagro de Berna

«El Milagro de Berna»

La final de la Copa Mundial de Fútbol de 1954 entre Alemania y Hungría, se disputó el 4 de julio en la ciudad de Berna, Suiza. Esta partido quedó inmortalizado como «El Milagro de Berna».

Subestimada Alemania, (como lo fuera cuatro años antes Uruguay en la final de 1950 ante Brasil, el famoso «maracanazo«) en la final de 1954 se esperaba la consagración de Hungría ante 50.000 espectadores el día 14 de julio, en el estadio de Berna.

Los estadios suizos eran pequeños, aunque siempre fueron ocupados por completo y el alto costo de las entradas iba a asegurar la financiación del torneo.

(puedes leer aquí: La historia del Maracanazo)

Puskas, el delantero húngaro cuya presencia fortificabaa anímicamente a su equipo, salió a jugar el partido contra la opinión de los médicos. Puskas puso en ganancia a Hungría 1 a 0, a los seis minutos, y volvió a sentirse. Hungria dominaba y, lanzada siempre al ataque, aumentó mediante Czibor, a los ocho del primer tiempo…… 2 a 0

Fritz Walter recibiendo el Trofeo de la Copa del Mundo Suiza 1954

Pero la tenacidad de los alemanes era como su condición fisica, a toda prueba. Morlock anotó enseguida a los ’10 y Rahnn igualaba el marcador a los ´12….. 2 a 2

Los húngaros ajustaron en la segunda parte la presión sobre el arco de Turek el arquero alemán que respondía sin embargo con seguridad.

Finalmente faltando cinco minutos para que termine la final del Mundial de Suiza 54, un contragolpe alemán obligó a Boszik a una salida en falso, La pelota fue hacia Schaefer, el cual realizó un centro hacia el delantero Rahnn para marcar el agónico 3 a 2 que daria el triunfo a Alemania y el comienzo de la leyenda «El Milagro de Berna».

Estimulados por la fuerza de Puskas, que se sobreponía a su lesión, en la última jugada del encuentro, los húngaros cargaron sobre la zona de peligro alemán hasta que Puskas marco el gol del empate que luego seria anulado por off-side y decretado el término el partido consagrando a Alemania como Campeón del Mundo 1957.

La federación alemana de fútbol, que en ese tiempo era tan austera como la vida en su país, recompensó a los campeones con un premio exiguo, 2.000 marcos, siendo su capitán Fritz Walter una de sus grandes figuras, siendo poco tiempo antes prisionero de guerra.

(puedes leer aquí: Fritz Walter, De Prisionero de Guerra a Campeón del Mundo)

Desde entonces, Hungría no ha vuelto a tener un fútbol de tanta calidad como el de los fantásticos concertistas de Gustav Szebes.


El Maracanzo de 1950

Los ingresos económicos del Mundial de Brasil en 1950 fueron cinco veces más que los del mundial de Francia en 1938. Por estos años, el torneo estaba a las puertas de su era moderna.

Toda la atención internacional se centró la tarde del domingo 16 de julio de 1950, cuando las dos selecciones sudamericanas Brasil y Uruguay salieron a disputar la final de la Copa del Mundo.

Ya a las siete de la mañana una multitud intentaba entrar en el estadio, grupos de hinchas llegaban de todas partes la país acomañados de la música de carnaval. Todo era una fiesta, se desplegaban banderas, el único miedo que existia en el ambiente era el de no conseguir un buen lugar en el Maracana para poder distrutar de la victoria inminente.

El clima era tal, que solo el pueblo uruguayo soñaba con la posibilidad de amargarle la fiesta al dueño de casa.

Al público brasileño no le importaba en realidad que rival tenia enfrente, pues se creia que quien lo fuese estaría condenado de antemano. En ese ambiente de prematura celebración. sólo restaba conocer el tamaño de la probable goleada.

Las apuestas estaban 10-1 a favor de Brasil y poco menos que ese era el marcador que se aguardaba. Flavio Costa, el director técnico local, por el contrario, previno a sus jugadores del riesgo de subestimar a Uruguay. …. «Se equivoca quien espera un juego de exhibición -dijo Flavio Costa- porque será un partido duro'».

Los brasileños, de pantalón y camiseta de color blanco, cuello azul y escudo de la CBD, se lanzaron en tromba sobre el arco de los celestes a la orden de comienzo de mister George Reader, el juez inglés.

En las tribunas, el ruido de los 200.000 espectadores, era ensordecedor. Era la primera vez que tantas personas se han reunido otra vez en torno de un partido de fútbol. Los uruguayos respondían a la constan te presión de Brasil estrechando marcas, hombre a hombre, y Máspoli, Rodríguez Andrade y Matías González superaban, extremándose, situaciones de riesgo creadas por Zizinho, Ademir y Jair en los primeros veinte minutos de juego. Era evidente la incomodidad de los estilistas brasileños por el rígido marcaje, que los ahogaba y les impedía desarrollar plenamente su fútbol.

Uruguay conocía muy bien el juego de Brasil, con el que se había enfrentado tres veces en el año por la Copa Barón de Río Branco, con dos derrotas y una victoria. El saldo no podía considerarse negativo para los celestes, que fueron siempre visitantes y anotaron
sólo un gol menos que la selección brasileña.

Tenían instrucción de cerrarse sobre su última línea, y así lo hacían, con Julio Pérez y Schiaffino colaborando en la defensa.

Pero Uruguay era ambicioso; quería el título. «Si jugamos con miedo, Brasil nos goleará, como hizo con Suecia y España» -dijo Obdulio Varela, el capitán uruguayo a sus compañeros, con su natural autoridad- «Ya jugamos tres veces con ellos y sabemos que en Montevideo o en terreno neutral les ganaríamos siempre. Asi que a jugar como sabemos, y a ganar, que podemos conseguirlo».

Uruguay tenía desventaja de un punto, por su empate con España, y el 0-0 del primer tiempo, si bien mucho fortalecía la argumentación de Varela y desconcertaba a Brasil, no le podía significar en la práctica, de mantenerse hasta el final, más que una compensación moral por la pérdida de la Copa Rimet.

Uruguay tenia que ganar si o si.

En cuanto a los brasileños, no querían conceder a la celeste, ni el público lo admitía, la supuesta conformidad del empate- Ademir y Zizinho trenzaron una veloz combinación y, a los dos minutos de la segunda parte, marcaron el 1 a 0.

La selección celeste, lejos de decaer, y empujada por las voces de su capitán, adelantaba líneas en procura de la igualdad. Es así como en el minuto 67, Ghiggia, avanzó en campo brasileño y luego de eludir a Bigode, su marcador, el puntero amagó tirar al arco; pero envió pase hacia atrás. Schiaffino, que llegaba a la carrera, golpeó el balón con el pie derecho, colocándolo alto sobre la estirada del golero Barbosa. La final ahora estaba 1-1.

Catorce minutos más tarde se producía la jugada histórica, y mientras un sector del público parecía aceptar el empate, que bastaba a Brasil para ganar el título.

El deleantero uruguayo Ghiggia, que estaba intratable esa tarde, combinaba con Julio Pérez, desbordaba otra vez a Bigode y corría hasta la posición en que había centrado para el primer gol uruguayo. Barbosa titubeó, pues Míguez se internaba sin marcas, esperando el pase.

Pero Ghiggia vio un claro entre el primer poste y el arquero, disparó raso, para hundir la pelota en la red y decretar la remontada uruguaya por 2 a 1.

Barbosa (el arquero brasilero) tenía un talismán de la suerte, una muñeca que le había regalado su esposa y que siempre ponia en el fondo de su meta. El tiro de Ghiggia, que golpeaba mortalmen te la ilusión de Brasil, le dio de lleno. Barbosa, desolado, rompió la muñeca y la arrojó fuera del campo.

El tiempo restante fue de desesperada ofensiva brasileña y segura defensa uruguaya.

Alguien tuvo que darle a Jules Rimet el nombre de los jugadores uruguayos, pues en la lista original estaban los brasileños, a los que el presidente de la FIFA esperaba entregar uno a uno las medallas. Rimet, apareció en el campo de juego, y tan desconcertado como los jugadores y fanáticos locales, le entregó la Copa a Varela sin pronunciar ninguna palabra, y se alejó.

En medio de los festejos, los jugadores uruguayo quedaron muy conmocionados por el llanto y la tristeza que reinaba a su alrededor.

Brasil nunca perdonó a su arquero Barbosa, a quien culpó por la derrota, y su selección jamás volvió a vestir la casaca blanca que lució aquel 16 de julio de 1950.

Para el apasionado pueblo brasileño, esta tarde inmortalizada bajo el nombre de «maracanazo» fue la jornada más triste del siglo veinte, y tal vez, de toda su historia, incluso hasta hubo suicidios. Aunque muchos años después, la derrota ante Alemania en el 2014 por 7 a 1 , nuevamente en tierras brasileras, puede llegar a estar al mismo nivel de tristeza.

Para los uruguayos, no menos adictos a la religión del fútbol, la de mayor gloria. Uruguay ha otorgado su máxima admiración a los héroes del Mundial de 1950 que, junto a más antiguos campeones, los de Colombes, Amsterdam y Montevideo, el pais tiene por paradigma de una fuerza supuestamente esencial de su pueblo.

La camiseta blanca de Brasil.

La selección brasileña no volvió a jugar un sólo partido internacional. Recién el 28 de febrero de 1954 enfrentó a Chile en un partido clasificatorio para el Mundial del 54. Brasil ya sin la camiseta blanca, comenzo a vestir la actual, amarilla con el cuello y el ribete de las mangas verdes. Precisamente ése es el origen de que ahora a los jugadores de Brasil se les llame también los canarinhos.

Cuatro años más tarde, otra final de una Copa del Mundo, en este caso Suiza 1954, marcaria un hito en la historia del fútbol. La final que se tituló: «El milagro de Berna»

(puedes leer aquí: La historia del Milagro de Berna)

La Copa Jules Rimet – El Primer Trofeo de la Copa del Mundo

En 1928 luego de ser aprobada la organización de lo que seria la primera Copa del Mundo, Jules Rimet, el presidente de la FIFA, le encargó a Abel Lafleur, un orfebre amigo, la confeccion del primer trofeo que consagraria al futuro campeón.

Lafleur a cambio de 50.000 francos, esculpe un trofeo totalmente de plata el cual es bañado en oro de 14 quilates, sobre una base de lapislázuli. Esta Copa del Mundo tenia unos 35 cms. de altura y 3’8 kilos de peso. Su figura representaba a Niké, la diosa de la victoria en la mitologia griega.

La copa, aún sin un nombre oficial, viajó en barco en manos de Rimet hasta Montevideo, sede de primer Mundial de Fútbol donde lo alzaró por primera vez el capitán uruguayo José Nasazzi, luego de que Uruguay logre la victoria sobre Argentina en la final por 4 a 2.

Italia en 1934 y posteriormente Francia 1934 fueron los otros destinos que el trofeo visitó hasta 1950. Ambos mundiales ganados por la azzurra.

Debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial de 1942, los mundiales de 1942 y 1946 fueron suspendidos.

Algunos afirman que el trofeo, al ser considerado un objeto deseado por los nazis, hizo que el por aquel entonces presidente de la Federación Italiana y vicepresidente de la FIFA, Ottorino Barassi, lo esconda dentro de una caja de zapatos bajo la cama. lo habria sacado de un banco de Roma en 1941 para luego llevar a su casa.

En 1946 y luego de finalizada la Guerra Mundial, el Congreso de la FIFA celebrado en Luxemburgo, toma dos decisiones: Por un lado el Campeonato del mundo de fútbol se volverá a jugar en 1950, más precisamente en Brasil, y por el otro, el torneo pasa a llamarse Copa Jules Rimet, en honor a su impulsor.

Al producirse el famoso «MARACANAZO» de 1950 donde Urugual le gana 2 a 1 al organizador Brasil, y ante todo su público, Rimet, casi a escondidas, le entregó el trofeo al uruguayo Obdulio Varela, ya que ante la terrible sorpresa, fue cancelada la ceremonia que sólo había previsto a los brasileños como campeones.

(puedes leer aquí: La Historia del Maracanazo).

Luego de pasar por las manos uruguayas, se dirigió hacia Suiza para ser abrazada por manos alemanas, al consagrarse Alemania Campeon 1954 gracias al «Milagro de Berna».

(puedes leer aquí: Que Fue «El Milagro de Berna»)

En 1958, un pequeño detalle de la Copa Jules Rimet sale a la luz gracias a 2 periodistas británicos Jim Lynch y Joe Coyle, al observar en fotografias de la época, que el trofeo que levanta el capitán brasileño Hilderaldo Bellini, en Suecia, es 5 centímetros más alto y además su base es octogonal y no cuadrada como la original.

La nueva base octogonal de la Copa Jules Rimet

Finalmente se supo que este cambio, se debió a la imposibilidad de seguir escribiendo en el trofeo, los nombres de los posteriores ganadores del certamen y es por eso que se la cambió por otra octogonal más grande.

En 2015, la FIFA anunció que había encontrado en los sótanos de su sede, la base cuadrada original y ahora la expone en su museo.

La primera base recuperada por la FIFA

Cuatro meses antes del Mundial de Inglaterra 1966, la copa Jules Rimet fue robada.

Gracias a un perro llamado «Pickles» el trofeo fue hallado para ser luego ser alzado por el capitán inglés Bobby Moore, tras imponerse a Alemania en la final de 1966.

(puedes leer aquí: Como fue el primer robo de Copa Jules Rimet)

En 1983, ocurrió la desaparición más triste: la Copa Jules Rimet fue robada en la sede de la CBF, en Río de Janeiro, cuando se encontraba en una exposición y nunca más fue encontrada.

(puedes leer aquí: Como fue el segundo robo de Copa Jules Rimet)

Años después, sin embargo, cambiará su versión y asegurará que el robo se produjo por encargo de un coleccionista italiano, que habría pagado 100.000 dólares. La policía brasileña no dará credibilidad a su historia y cerrará el caso.

Por último, en 1995, luego de fallecer George Byrd, el joyero al que la federación inglesa le había encargado una réplica luego del robo en 1966, esta reproducción de bronce con un baño de oro fue subastada por la familia del joyero bajo la denominación: «Copia de la Copa Jules Rimet». Un comprador anónimo, misteriosamente la adquirió por 254.000 libras, un precio muy elevado para una réplica.

La FIFA admitió luego, que fue la que la compró ante la sospecha de que fuese la auténtica, ya que que tras entregársela a Bobby Moore en la ceremonia de premiación del Mundial de 1996, la original se había reemplazado por la réplica durante los festejos en Londres.

Pese a que la versión oficial refiere a que la copa fue fundida luego del robo para desaparecer para siempre, la búsqueda del trofeo creado por Abel Lafleur se ha convertido en la de un santo grial futbolístico.

1958 TOP STAR – SUECIA 58

Top Star fue el balón o pelota oficial que se utilizó en el Mundial de Fútbol SUECIA 1958.

(conoce todos los Balones de la Copa Mundial de Fútbol)

Top Star que significa en español «Súper Estrella» fue fabricado por la compañía local Sydsvenska Läder & Remfabriks, ubicada al sur de Suecia.

Diseño

Está formado por 24 paneles rectangulares de cuero con costuras cosidas totalmente a mano y entrelazadas en zigzag para lograr que tengan menos tensión, con 2 variantes de colores: en amarillo y en blanco.​ Relacionado con el brasileño Didí, el francés Just Fontaine y la selección sueca de 1958.

Historia

La Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), en noviembre de 1957, anunció que todos los fabricantes de balónes del mundo iban a poder participar para ser proveedores de la Copa Mundial de Fútbol Suecia 58 . Debian enviar un modelo limpio, sin ninguna marca junto, con un sello con el nombre del productor y el Comité recibió 102.

La Asociación Sueca de Fútbol los numeró y registró los sobres con las propuestas. El 8 de febrero de 1958, miembros de la FIFA se reunieron para finalmente decidir que la número 55 era la elegida por tener 24 cascos.

La empresa ganadora Sydsvenska Läder & Remfabriks, la envió a todos los estadios del evento, donde cada equipo recibió 30 unidades al llegar a Suecia y hasta algunos pudieron compraron aún más, como es el caso de Brasil.

Seguian siendo pelotas sin nungun tipo de grafica hasta que el 29 de junio la compañía la bautizó como Top Star

El balón original quedó en una sala de reuniones en el Estadio Råsunda de Estocolmo, que recibió la final, cuando fueron blancos y otro fue llevado a la oficina de la Confederación Brasileña de Fútbol en Río de Janeiro, ya que una vez terminado el partido el masajista Mario Américo se la arrebató al árbitro galo Maurice Guigue, corrió al vestuario y la escondió allí.

Puedes leer aquí: Como fue la Copa del Mundo Suecia 1958.

Fue empleada también en varios partidos durante la edición siguiente de 1962 en Chile, en la cual sirvió como reserva.

El fútbol y la Primera Guerra Mundial 1914

El fútbol y la Primera Guerra Mundial 1914

El fútbol sobrevive a la primera guerra mundial y en abril de 1914 se conmemoró el cincuentenario de la fundación de la pionera Football Association británica.

El fenómeno futbolístico en si mismo, la realidad deportiva, no podía ser más optimista cuando el último sábado de aquel mes se celebraba con entusiasmo la efemérides: la pujanza del fútbol era incontestable, y su expansión incontenible. Alli donde penetraba -con la excepción momentánea del área asiática era rápida, tanto a nivel de práctica como en el aspecto puramente espectacular.

Sin embargo, las relaciones políticas entre las naciones europeas distaban mucho de presentar este optimista cariz.

Al contrario, la creciente potencia de la industria alemana amenazaba la hegemonía anglofrancesa en la economía mundial, El poderío industrial alemán se compenetró con la ambición expansionista del pangermanismo, mientras que Gran Bretaña y Francia éstaban dispuestas a conservar como fuera su influencia política y económica sobre gran parte
del planeta. Él resultado de esta rivalidad fue el estallido del conflicto bélico generalizado, que cubrió de sangre y horror el continente europeo entre 1914 y 1918.

Millones de hombres jóvenes fueron obligados a enfrentarse en una trágica competencia que nada tenía que ver con las pacíficas disputas generadas en un partido. La competición no tenía por escenario los verdes campos de fútbol, sino las angostas y oscuras trincheras tapizadas de barro y nieve.

La Primera Guerra Mundial supuso un freno a la mayoría de las competiciones futbolisticas en los paises contendientes, pero no redujo el creciente número de aficionados. En la foto-
grafia, tomada en El Havre en plena guerra, un centinela francés contempla un partido entre solados ingles.

El interés por el deporte en general y por el fútbol en particular originó el nacimiento de las primeras publicaciones especializadas en estos temas. En su edicion del 3 de mayo de 1912, la revista francesa Plein Air dedicó su portada a la disputa de la Copa inglesa.

La sana lucha por la posesión de un balón dejó paso a la lucha por la conquista brutal de una ciudad, una aldea o una simple colina que era imperativo arrebatar al enemigo a cualquier precio. Los campos de fútbol se quedaron vacíos, y lo mejor de la juventud europea tuvo que olvidarse del deporte para ser adiestrada en el manejo de las armas.

Alemania, Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Italia y todos los países centroeuropeos suspendieron sus competiciones deportivas, pues se consideraba más perentorio que los jóvenes supieran cargar y disparar un fusil que introducir un balón en el fondo de la meta adversaria.

Aquellas absurdas prohibiciones medievales que pesaron sobre el protofútbol, «puesto que relajaba el espíritu militar de la juventud», renacían ahora, sólo que con unos perfiles tremendamente macabros.

A pesar de ello, el fútbol pervivió de un modo u otro, esencialmente como forma de distracción de los soldados que todavían conservaban un ánimo lúdico, en los lapsos en que la cruenta lucha cesaba para reponer fuerzas y cobrar aliento. En cierto sentido, el fútbol recuperaba aquel viejo espírtu de los legionarios romanos, que durante sus incursiones por el mundo, y en las pausas entre combate y escaramuza, se dedicaban a la práctica del viejo y ya olvidado harpastum.

Aunque dramáticamente, el fútbol moderno demostraba su capacidad de supervivencia y su arraigo en aquellos rectángulos improvisados junto a las trincheras o en la guarnición, en los que dos grandes pedruscos cumplían las funciones de los postes, un oficial actuaba como árbitro y unos cuantos equipos representativos de otros tantos batallones dirimían sus facultades en el pacifico juego para dejar de pensar en un imprevisible futuro que podía hacerse realidad en cualquier instante.

Casi no es necesario aclarar que en las naciones que no participaron en la conflagración, como España en el ámbito europeo en los países latinoamericanos, el fútbol mantuvo su pujanza, pues la vida, aunque pendiente de las noticias de los frentes de batalla, siguió su curso normal.