Se consolida la B.A.E.H.S. como la mejor escuela de Argentina

En 1892 la gran escuela Buenos Aires English High School se instala en «la quinta Garrigós», en Santa Fe 3590 tras de haberla obtenido el Director por un prolongado arrendamiento.

Puedes leer aquí: Alexander Watson Hutton, El padre del Fútbol Argentino.

Allí se reanudan los cursos el 3 de febrero del precitado año, y al comenzar los correspondientes a 1893, también el 3 de febrero, Mr. Watson Hutton recuerda que “es la mayor escuela particular del país, con capacidad para 50 internos en la casa y 500 alumnos en el instituto”.

El local posee jardín con cancha de lawn-tennis para las niñas, y de cricket y fútbol y gimnasio para los varones; y disponiéndose de un terreno de manzana y media, podrán recibir un gran impulso los juegos atléticos.

El director de la English High School, no desea otra cosa; está esperando con inocultable impaciencia el momento propicio, y sabe sacar partido de tal situación, en momentos en que el aporte de los padres, es cada vez más importante, por haber comprendido cuáles son las ventajas de una educación cuyos magníficos frutos ya empiezan a sazonar. Entonces no vacilan en confiar sus hijos a la tutela de tan respetable personalidad.

ALENTANDO LAS ESPERANZAS DEL FUNDADOR

El año 1898, ha sido “el mejor que registra la historia del Instituto”, dice en 1899 el señor Watson Hutton, y agrega: “La escuela fué establecida en febrero de 1884 para ofrecer educación a niños y niñas residentes en la República Argentina. Desde entonces, su existencia ha estado justificada con creces y ha hallado aliento superior a las esperanzas de su fundador, cuyos esfuerzos han tendido a hacer que su progreso mantuviera el ritmo de su creciente prosperidad. Continúa, pues, siendo como antes, la mayor, más aireada y saludable escuela privada de Buenos Aires y sus alrededores”,

LA SUPREMA ASPIRACION

Y claro está, en sus palabras no pueden faltar, tratándose de un enamorado dela cultura física, sus referencias a ella:

“Para reforzar mejor el “Club Atlético” de la escuela y beneficiar a los ex alumnos, el Rector tomó el año pasado (1898) en arrendamiento, la nueva cancha de cricket, fútbol y tenis en la estación Coghlan, de aproximadamente seis manzanas y que, gracias a la bondadosa ayuda de padres y amigos, ha podido preparar para la realización de toda clase de juegos atléticos”.

No le han parecido tampoco suficientes a Mr. Watson Hutton los gimnasios, ni las canchas deportivas disponibles. Ha creído indispensable la fundación de un “Club Atlético” perteneciente al mismo colegio; y como el terreno en uso no basta para desarrollar una labor de mayor trascendencia, ha arrendado seis manzanas de campo, no sólo para sus discípulos, sino también para sus “ex alumnos”, estableciendo desde ese mismo momento un vínculo indisoluble entre el viejo instituto y cuantos frecuentaron sus aulas, como si en aquel propósito sin aparentes ulterioridades estuviese en formación, germinando ya, el formidable club de los antiguos graduados, el gran ALUMNI, que habría de proporcionar al maestro la inigualable satisfacción y la grata recompensa de ver pasear triunfantes por los fields argentinos y del Uruguay, inmaculados y gloriosos, los colores del famoso colegio.

CONTRIBUCION AL ENGRANDECIMIENTO DEL PAIS

Incurriríamos en una apreciación parcial si considerásemos a la English High School como un organismo concretado al cumplimiento de una gran acción deportiva, que ya sería bastante para justificar su renombre.

Es natural que en un libro destinado a rememorar la vida de uno de los más altos exponentes del fútbol argentino, formado en aquellas aulas, destaquemos, antes que otro, ese aspecto, lo que no nos autoriza a reducir el enfoque, pues sería circunscribirse a una parte de la influencia del colegio en la vida argentina.

SABIA FINALIDAD

Por ser un instituto cuya finalidad había sido sabiamente concebida e inteligentemente estudiada por su creador, con una certera visión de otras necesarias orientaciones educacionales; como tuvo en él al conductor que arremetió contra todos los prejuicios y todas las dificultades, terminó por imponerse, demostrando que la unión entre la cultura física y la exclusivamente intelectual tenía como feliz resultado el proveer a la sociedad de hombres orientados bajo el imperio de rígidos principios de moral, de dignidad, de altivez.

Fueron inculcados con el ejemplo y con la autorizada perseverancia de quien podía ofrecer como muestra intocable de su elogio verbal, la propia capacidad y la propia conducta.

Las jóvenes conciencias y los jóvenes cerebros recibieron aquel aliento vigorizador en el instante en que ante ellos se tendía la vida con todos sus secretos, a manera de larga senda cuyo final se perdía en la enorme perspectiva del amplio horizonte, y lo guardaron como el inapreciable patrimonio del cual necesitan todas las aptitudes y todas las vocaciones para no caer derribadas por el alud de la áspera lucha.

Reconforta, como exteriorización de justicia, comprobar cómo los ex alumnos de la English High School tienen a flor de labios la palabra afectuosa de gratitud, de reconocimiento póstumo y emocionado, la frase de cariño y de simpatía, porque cumplida ya buena parte de la trayectoria, en un momentáneo alto del camino recorrido, creen oír todavía resonando en el aula, en el gimnasio o en el campo atlético, con la firme autoridad docente de su prestigio, la voz del maestro reiterando el consejo e insistiendo fuertemente, inquebrantablemente, en la lección de ética.

Más de 7.000 estudiantes -(la cifra fué dada a conocer en 1933 en ocasión del jubileo del insigne preceptor) habían pasado por la vieja English High School; más de 7.000 conciencias y más de 7.000 corazones habilitados para encontrar en la vida la orientación adecuada a cada posibilidad, sin vacilaciones, sin angustias, con serenidad y con entereza.

Tal en números aproximados, el aporte cuantitativo. La contribución cualitativa alcanzó destellos de brillante colaboración al engrandecimiento moral y cultural del país en esa “pre-tarea” de la preparación capacitante para actuar con desenvoltura y con firmeza.

(Extracto del libro Alumni, Cuna de Campeones y Escuela de Hidalguia por Escobar Bavio).

1886 – B.A.E.H.S. se muda por primera vez a Barracas

Pronto resulta inadecuada la vieja casa que abrió sus puertas en febrero de 1884 en la calle Perú 253-257.

Dos años después, en 1886, la escuela es trasladada a Barracas. Según los términos de un aviso, “El Rector ha tenido la fortuna de conseguir la grande y nueva casa que se conoce por “Pencliffe House”, en la avenida Montes de Oca número 21, sobre la barranca y aproximadamente a tres cuadras de la Plaza Constitución, y que en la actualidad ocupa Mr. George Cooper”.

Era en las cercanías del Hospicio de las Mercedes, y “según el mismo señor Watson Hutton lo dijo alguna vez” para los detractores del sport no fué exceso de suspicacia la de algunos que vieron con sorpresa el desarrollo de un match y que ignorantes de la finalidad perseguida y de las reglas del juego, creyeron hallar una relación lógica entre la vecindad del field y la del manicomio”

Buenos Aires English High School, la Escuela del Fútbol Argentino

Buenos Aires English High School. Con ese nombre se incorpora a la docencia argentina un establecimiento educacional, modelo por sus características, fecundo y prestigioso por los resultados de su encomiable enseñanza.

Es una academia para alumnos de ambos sexos, como pupilos, medio pupilos y externos, y ocupa un modesto local en la calle Perú 253-257, una vieja casa con tres patios donde los alumnos practicarán fútbol iniciándose en el adiestramiento de un deporte totalmente desconocido para ellos, y se perfeccionarán, además, en romper vidrios de puertas y ventanas acicateados por el ejemplo del propio director, que “era quizá quien contribuía en mayor proporción al sostenimiento de vidrieros y dueños de ferreterías”.

Aquella denominación se mantendrá hasta 1893, inclusive, pues en un anuncio publicado el 30 de diciembre de ese año, aparece por vez primera el nombre de English High School, sin el agregado distintivo de su sede, y se mantendrá a partir de entonces hasta el alejamiento definitivo de Mr. Watson Hutton, aunque años más tarde, ya desaparecido el ilustre fundador, el instituto volverá a llamarse: Buenos Aires English High School.

En reseñas, en informaciones y en trabajos periodísticos se da como fecha del comienzo de las clases, la del 4 de marzo de 1884. Es un error, según se verá.

Ya el 1º de enero de 1884, en un aviso inserto en “The Standard”, se informa que “las clases comenzarán el lunes 4 de febrero y que la “reunión” de alumnos se realizará el viernes 1º”.

La víspera de este último acontecimiento -(31 de enero)- el Rector Mr. Watson Hutton, hace saber que el acto se efectuará a las 10.30, “esperando que para entonces estén presentes todos los alumnos”, e “invita sinceramente a concurrir a los padres y a los tutores”.

Puedes leer aquí: Alejandro W. Hutton, el Escocés que nos regaló la pasión por el fútbol.

“Ayer inició los cursos la nueva High School de Mr. Hutton en la calle Perú, con un gran acto”, dice “The Standard” del 2 de febrero al hacer la crónica de la ceremonia.

“La gran cantidad de alumnos y sus padres allí presentes, agrega, demostraron que la nueva escuela se ha asegurado un firme apoyo desde el comienzo”.

“El Rev. doctor James Smith abrió el acto con un elocuente discurso que fué seguido por otro, excelente, de Mr. Hutton, en el cual éste expresó que la escuela será dirigida de acuerdo con el mismo sistema de la Scotch School, siendo la estricta disciplina y la más elevada moral los dos aspectos principales, que impondrá como esenciales para el eficaz estudio de los jóvenes.

Mr. Hutton hizo referencia con términos sumamente amistosos a la Saint Andrews School, y pidió para ella y sus maestros tres hurras que fueron dados con cordial buena voluntad”.

“Terminó con ello el acto, y niñas y niños pasaron a ocuparse de sus estudios”.

La crónica se cierra con este augurio, brillantemente confirmado por los hechos:

“Mr. Hutton ha comenzado con los mejores auspicios y puede contar con el éxito”.

Y la Buenos Ajres English High School entra de lleno, el 4 de febrero de 1884, día de la iniciación de los cursos, a convertir en realidad el concepto fundamental de su existencia, el fin inconfundiblemente práctico y humano de su labor:

“No importa que sean pocos; lo interesante es que sean capaces».

Por eso se impone por sobre cualquier otro propósito, el de la más rigurosa selección. No se trata de cerrar a nadie, injustificadamente, las puertas del colegio, ni de estrechar y reducir sus filas para crear un círculo poco menos que inaccesible por virtud de molestas preferencias.

El propio Rector ya ha explicado en el acto inaugural de las clases, la razón de ser de una exigencia que no admitirá renunciamientos ni excepciones.

Lo reitera indirectamente en 1885, antes de darse comienzo al segundo curso escolar, al escribir que “el año anterior se rechazaron 39 solicitudes”, y vuelve a destacarlo en 1899, ya sólidamente encaminado el instituto hacia su engrandecimiento intelectual y hacia su promisoria influencia moral: “los solicitantes indeseables son rechazados de plano”.

Pertenecen al señor Watson Hutton estos conceptos que difundidos aquel mismo año de 1899 bajo su firma, transcribimos en seguida, porque muestran claramente a dónde deseaba llegar el preceptor, y resumen, por lo demás, los principios en los cuales se inspiraba su acción pedagógica:

“Es una escuela selecta en todo el sentido de la palabra. Las fallas de carácter y de -conducta, cuando se las considera demasiado graves para ser corregidas o contenidas, traen como consecuencia la inmediata expulsión”.

“Merece atención especial la formación del carácter de los alumnos y cada uno de ellos individualmente es merecedor de la fiscalización del Rector, quien emite informes mensuales sobre el comportamiento en clase, el progreso general y la conducta de cada alumno.

“En una palabra, esta institución ofrece a sus alumnos una educación de primera categoría, capacitando a las niñas para ocupar un lugar en sociedad, y a los niños para seguir actividades comerciales y para las universidades de Escocia e Inglaterra. Aunque la escuela no está incorporada al Colegio Nacional, puede, en caso necesario, preparar alumnos para dar examen en primero y segundo años”, La Buenos Aires English High School se destaca desde el primer momento por la alta calidad y por los valiosos antecedentes intelectuales y morales de sus profesores, y sólo citaremos por ahora a aquellos dos sobre quienes recaían las mayores responsabilidades directivas, pues ya nos referiremos a otros maestros igualmente capacitados que secundaron al fundador, con brillo y dignidad, y cuyos títulos otorgados por Universidades y Colegios extranjeros universalmente célebres, dieron al Instituto local una fisonomía inconfundible, y a la cultura argentina, una inestimable colaboración.

Don Alejandro Watson Hutton era profesor de Humanidades (con Honores en Filosofía en la Universidad de Edimburgo; miembro del Instituto Educacional de Escocia; primer premio en ensayos (temas educacionales) en la Universidad de Edimburgo (1879-1880) y durante más de ocho años maestro del Colegio George Watson, en Edimburgo. Mrs. Hutton era “maestra certificada por el Gobierno”; “Queen’s Scholar de la Normal Training College de Edimburgo” y profesora principal durante más de siete años en el Colegio George Watson.

Dos de los tres patios del edificio, fueron convertidos, uno, en gimnasio para los varones y el otro en cancha de tenis y sitio de recreo para las niñas. Las mejoras que Mr. Watson Hutton introdujo en los locales, evidencian su constante preocupación por perfeccionar todos los elementos necesarios para las prácticas deportivas y para el progreso de su escuela.

Los arcos de la “cancha” los constituían la arcada del zaguán que comunicaba con el segundo patio y la puerta sobre la calle Perú. Un buen día en que el juvenil entusiasmo de los inquietos muchachos ponía ruidosa algarabía en un partido tenazmente disputado, Brown fué arrojado a plena calle Perú por el vigoroso ímpetu de un recio ataque… La ofensiva barrió con el guardavalla. Finalizó más allá de la vereda…

Los sucesivos traslados de la Buenos Aires English High School obedecen también a ese anhelo que trasunta la constructiva nerviosidad, la inquietud permanente, la tenacidad del maestro. Nunca estará satisfecho. Siempre creerá que falta algo por hacer.

(Extracto del libro Alumni, Cuna de Campeones y Escuela de Hidalguia por Escobar Bavio).

Alejandro W. Hutton, el Escocés que nos regaló la pasión por el fútbol

Bajo un cielo amigo y al amparo de leyes generosas, Don Alejandro Watson Hutton llega a Buenos Aires para dirigir la St. Andrew’s Scotch School.

El 25 de febrero de 1882 llegó a Buenos Aires un caballero escocés. Era uno de esos hombres alentados por ideales nobilísimos y estimulados por un inquebrantable anhelo de hacer bien.

Buenos Aires tenía 300.000 habitantes. La “Gran Aldea” estaba aún distante de la transformación prodigiosa que habría de convertirla en suntuosa Capital. Su progreso se bosquejaba, apenas, surgiendo en la mente de los hombres antes que en la realidad de los hechos. Nunca como entonces las generosas palabras del preámbulo -fuertes de unción y plenas de cordialidad parecían resonar como un himno al trabajo, a la paz, a la esperanza…

(Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.)

Era un joven misionero del saber el que venía a estas tierras, repleto su bagaje de ciencia y de ensueños. Llegaba en buen momento el extranjero ilustre de 29 años de edad, encendido el corazón de lealtad y llenas sus manos con la semilla fecunda y bendita apta para el campo propicio del estudio.

Había nacido en Glasgow el 10 de junio de 1853 y la renombrada Universidad de Edimburgo le había otorgado, junto con la alta y significativa recompensa de la medalla de oro, el muy honroso título de licenciado en letras (“Master of arts”).

Venía a enseñar este laureado en ciencias cuyo carácter estaba sabiamente modelado en las aulas del famoso instituto, y cuya vocación afianzada en su temple y en su carácter vigoroso, le prestigiaban con credenciales insuperables en la santa misión de la docencia ejercida con talento y con dignidad.

Venía a enseñar este adalid de la cultura -Don Alejandro Watson Hutton- a traer el aporte de su inteligencia “al mejoramiento moral e intelectual de nuestro país” y a incorporar los elementos necesarios para que la suya fuese una obra vasta y amplia, generosa contribución extranjera al progreso de la República.

Venía con paso firme y con el alma llena de fe y de fervor, este maestro insigne. Amplio horizonte se abría ante los ojos del autorizado forjador de caracteres, como si al recibir aquí la bienvenida con que los corazones argentinos ratifican en el abrazo cordial los alcances luminosos de la declaración inicial -rayo que alumbra pura y diáfana la senda desconocida- hubiese comprendido que al dejar para siempre al Glasgow de sus hondos afectos, no había equivocado el rumbo…

Venía a servir a nuestro país… Y lo sirvió con asombrosa eficiencia. con honroso desinterés, con patriótica constancia.

ASUME LA DIRECCIÓN DIE LA St. ANDREWS SCOTCH SCHOOL

Miembros de la actual Congregación de la iglesia Presbiteriana Escocesa, que reunía a los primeros colonos escoceses venidos al país por iniciativa de los hermanos Juan y Guillermo Parish Robertson, habían fundado en Buenos Aires, el 2 de abril de 1838, la St. Andrew’s Scotch School (Escuela Escocesa de San Andrés), en una reunión especialmente convocada con ese objeto por el reverendo William Brown, pastor de la precitada iglesia.

Trátase de la escuela particular más antigua existente en nuestro país; y al iniciarse sus cursos, exclusivamente reservados para niñas, el 1º de setiembre de dicho año, en una habitación contigua al templo en la calle Piedras 55, expropiado en 1893 para dar paso a la avenida de Mayo, sólo actuaban dos maestros: el pastor ya mencionado y su esposa; pero a partir del 1º de abril del año siguiente, al decidirse la inscripción de alumnos varones, el instituto comenzó a funcionar en su actual carácter mixto.

Después de cuarenta años de funcionamiento, “la colectividad escocesa resolvió modernizar la escuela y colocarla al frente de la educación británica en este país”, trayendo a Mr. Watson Hutton, “cuya fuerza dinámica revolucionó la educación británica en la Argentina”.

Merced a los buenos oficios del profesor Laurie, de la Universidad de Edimburgo, al cual la St. Andrews Scotch School le debía varias acertadas designaciones durante 25 años, fué contratado el señor Watson Hutton.

A principios de 1882 se recibió la noticia de este nombramiento, sabiéndose que el nuevo rector se había graduado con honores en Edimburgo; que era en esa época maestro en el Colegio George Watson, y que con él venía Miss Margaret Budge -más tarde su esposapara ocupar, ésta, el cargo de profesora principal.

“No puede menos uno que preguntarse qué habrá pensado de la ubicación e instalaciones de la antigua escuela escocesa Mr. Hutton, proveniente de una escuela histórica y de una histórica capital. Y eso sin hacer mención a la reducida cantidad de alumnos de que se disponía en un principio. No hubiese sido sorprendente que tanto él como Miss Budge hubiesen hecho nuevamente sus baúles y tomasen el primer vapor de regreso a su patria. Habla mucho a favor de su valor y su resolución el que hayan “aguantado” un par de años; y en cierto modo fué un desastre para la escuela que las circunstancias impidiesen a la Comisión (la que administraba el instituto) dar satisfacción a sus deseos”.

Antes de hacerse cargo de su puesto, el señor Watson Hutton, recibido en pleno por la comisión directiva, luego de habérsele dado la bienvenida en muy cordiales términos, hizo notar las dificultades que tenía para realizar una labor eficaz. Las instalaciones eran realmente precarias y el material de enseñanza muy deficiente.

El 17 de abril de 1882 el nuevo rector inició su tarea, en realidad, una nueva era en la vida del establecimiento. Se habían hecho reparaciones y ampliaciones en el local y se agregó en el plan de estudios la enseñanza del dibujo y del griego.

Al finalizar el primer año de su actuación y al celebrarse la asamblea anual en enero de 1883, “se expresó profunda satisfacción por los servicios de Mr. Watson Hutton y de miss Budge”.

Con todo, el eminente graduado de Edimburgo tuvo dificultades para hacer del instituto lo que él quería que fuese, y si bien es cierto que las autoridades escocesas le prestaron entusiasta apoyo, “fueron tan grandes esas dificultades que agotaron la paciencia de Mr. Hutton al cabo de dos años”. De allí que, cuando próximo a finalizar el contrato se les preguntó a él y a miss Budge si continuarían en la Escuela, ambos expresaron que daban por terminado su compromiso.

Al hablar del asunto con personas allegadas a la escuela, explicó que no podía hacerse ningún cargo concreto contra la comisión, pero dijo también que no recibió de ella el apoyo que tenía derecho a esperar; no aceptando por tal causa que se le subordinara a comisión alguna. Por consiguiente, había decidido organizar, al término de su contrato, una escuela superior, para la que se le habían prometido ya treinta alumnos. En la St. Andrew”s, en aquellos años, las clases eran demasiado numerosas “y no fué satisfecho su pedido de un gimnasio y un campo de juegos”, es decir, que se tronchaba una de las grandes ilusiones del docente, uno de los grandes auxiliares que él consideraba indispensable para impartir la enseñanza de acuerdo con conceptos y “moldes” bien definidos, “modernos”, acaso muy personales, con tendencias distintas, “más atrevidos” que los planes hasta entonces en boga.

La comisión comprendió, luego de hacer reparos a determinados cargos, que tanto Mr. Watson Hutton como Miss Budge “saldrían beneficiados con una escuela que dependiera de ellos solos, la que, por lo menos entonces, no tendría competencia, y en la que podría actuar sin trabas de otras personas, en lugar de hacerlo en un empleo a sueldo, bajo las órdenes de una comisión que entre sus objetivos tenía el de mantener el costo de la educación al nivel más bajo posible”.

Tal fué, la actuación del señor Watson Hutton en el primer colegio donde ejerció su apostolado en la República Argentina.

EL SOÑADO ANHELO

Va a cumplir el gran maestro, su soñado anhelo. El contacto inial con sus primeros alumnos en la República Argentina ha redoado la fuerza creadora con que tan brillantemente le capacitó la iversidad ilustre. Y a pesar de las diferencias entre aquel medio en donde transcurrieron los primeros años de su existencia, y este otro, de un país en los prolegómenos de su incipiente organización, formándose con dificultades, anheloso de incorporar todos los valores aprovechando ia fecunda experiencia de las antiguas civilizaciones, él entrevé magnificas posibilidades…

Ya se había encariñado con nuestro país. Lo mismo que muchos otros extranjeros que con tanto desinterés se convirtieron en factores indudables del progreso nacional, se radicó definitivamente aquí.

Le bastaron dos años de convivencia para que en su alma prendiese el más diáfano amor y la más decidida adhesión a la Argentina. Ya estaba identificado con ésta, que habría de ser su segunda patria; esta tierra que en el día venturoso del arribo y de las puras ilusiones, le esperó, generoso el corazón, abiertos los brazos, y que en la hora del postrer aliento, 9 de marzo de 1936, le recogió para siempre en su seno, entristecida el alma y trémulos de gratitud los labios…

Después de su paso por la St. Andrew’s Scotch School comienza la culminante labor, la que señaló su vigorosa personalidad: la de un gran benefactor que supo cumplir, acaso como ninguno, el hermoso precepto que respalda al título eminente de “Master of Arts”, con las austeras palabras del consejo ennoblecedor:

“Nunca necesitarás trabajar para vivir, pero sabrás honrar la vida trabajando”.

Puedes leer aquí: Buenos Aires English High School, la Escuela del Fútbol Argentino.

(Extracto del libro Alumni, Cuna de Campeones y Escuela de Hidalguia por Escobar Bavio).

Las bases donde se fundó el Alumni A.C.

Alumni A. C., el primer equipo «modelo» del fútbol autóctono argentino. La piedra fundacional de la Selección Argentina. El orgullo criollo.

(Readaptacion del Prólogo del Libro Alumni Cuna de Campeones y Escuela de Hidalguia, por Ernesto Escobar Bavio).

Uno de los mayores beneficios de trascendencia social que brinda el fútbol, es su contribución a la obra de extender el sentido de solidaridad y afianzarlo para, llegado el caso, apoyar más vastas empresas colectivas en el ámbito nacional.

El hecho parece especialmente indudable si quienes practican el deporte son aficionados. Puede haber, y a menudo hay, rivalidades más o menos agudas entre los vecinos de un pueblo o barrio. Lo corriente es, sin embargo, que la juventud y, por razones bien explicables, la adolescencia, se mantengan al margen de esas situaciones, y hasta que al actuar en el campo de juego hagan olvidarlas.

Quienes forman el equipo del pueblo, o del barrio, o de una entidad educativa o de cualquier otro género, no tienen generalmente otra filiación cívica que la que les confiere la comunidad de origen o la residencia en una misma área determinada, a cuyo progreso físico, lo propio que a su vida espiritual, están ligados de idéntico modo por un orgullo instintivo que, como tal y a fuerza de recóndito, escapa a todo razonamiento. Así, la ambición de los jugadores se aferra a la idea de exaltar el nombre de su país, su población o su distrito comunal, o de la entidad social que representan tácita o explícitamente.

El hecho es universal, sin duda porque, en proporción mayor o menor, universal es también el espiritu de clan sostenido por la unidad racial, la identidad de creencias en materia religiosa y la finalidad de las costumbres, para no citar sino algunas de las causas que actúan como elementos conglutinantes.

De esta suerte ocurre a cada paso, y en todas partes, que los padres olviden sus querellas y se reúnan en la cancha para alentar a “los muchachos”, ya que, a fin de cuentas, no se trata de defender allí individualismos o tendencias particulares, sino el prestigio de algo que le interesa por igual a la comunidad toda.

El fútbol tiene, pues, un poder cohesivo que no es exclusivamente suyo, por cierto, pero que en él se manifiesta con multiplicada fuerza en razón misma de la extensa popularidad que ha alcanzado. Ello explica que aun en núcleos de población pequeños, con muy precario desarrollo deportivo, el equipo local suscite en el correspondiente vecindario una adhesión que no podría producirse si el sentimiento lugareño sólo hubiera de aguzarse con reiteradas demostraciones de una alta calidad, punto menos que imposible de alcanzar en un medio de emulaciones muy limitadas. Y es que en este terreno la calidad está lejos de ser lo único que puede suscitar afectos y de unificar anhelos. Ningún padre deja de querer a su hijo por el hecho de verlo romo de inteligencia o carente de belleza.

En su etapa inicial Alumni no se encontró en condiciones de ejercer esa acción propia de los cuadros “locales”. No surgió, en efecto, como entidad representativa de un sector geográfico, grande o pequeño.

No encarnaba siquiera los entusiasmos de un barrio. Ciertamente, sus hombres procedían de los equipos de la English High School y habían ejercido, por lo tanto, una especie de diputación deportiva que supo mantenerse, lo que no era fácil a la altura del instituto fundado por Mr. Watson Hutton.

Puedes leer aquí: Alexander Watson Hutton, El padre del Fútbol Argentino.

Esto explicaba que a la cancha que la escuela poseía en Belgrano acudiese habitualmente una concurrencia que hacia el final del siglo XIX parecía muy numerosa. Mas cuando del panorama futbolístico de la ciudad desaparecieron aquellas siglas famosas E. H. S.y surgió el nuevo club, con los mismos colores y los mismos hombres, y hasta la misma tradición, algo se perdió, a pesar de todo, siquiera fuese transitormamente: aquel apoyo familiar, caldeado de afecto, que junto al campo de juego alentaba a los representantes de la vieja institución educativa, Porque al entrar gloriosamente la English High School en la historia del deporte argentino, la entidad a que dió plaza no tuvo ya como particular razón de ser la defensa de un nombre ilustre, sino algo más abstracto y con más restringida fuerza de atracción popular: el culto, en una cancha que ya no era la habitual, de la amistad nacida en el aula y prolongada fuera de ella para gloria de las esencias más puras que ese nobilisimo sentimiento debe resumir.

Pero tal situación duró poco. A falta de aquel nutrido concurso familiar que tuvo el predecesor, Alumni conquistó muy pronto otro que fué extendiéndose con firmeza domingo a domingo: el surgido de una creciente simpatía en todos los estratos del público aficionado. Si es cierto que en parte principal la debió a su equipo superior, injusto sería olvidar que en las divisiones 2º y 3º mantuvo también conjuntos dentro de los cuales ni un solo jugador desentonó nunca en la constante demostración conjunta de los atributos morales que definen al verdadero deportista. Empero, para la ciudad, para el país, el verdadero Alumni fué el cuadro de los hermanos Brown y los hermanos Moore, completado por caballeros cuyos nombres encontrará repetirse a lo largo de la vida del Club.

¿Qué fué lo que influyó decisivamente para que muchos de los conquistados por el fútbol a fines 1800 y en los comienzos de 1900, se hicieran hinchas alummnistas al cabo de un breve proceso cuya incoercible fuerza conquistadora no llegamos a notar siquiera?

Ciertamente, no fue la superioridad en la práctica del juego, porque, en ese caso, hubiéran sido simples exitistas tornadizos y nuestra adhesión no se atemperó , muy al contrario, ni aún ante los contrastes que registra la historia del club como final de una parábola brillante cual ninguna otra. No fué tampoco el hecho de tratarse de muchachos profundamente criollos, aun cuando algunos hablasen con cierto acento inglés, ni el tesón que todos ponían por igual en la desinteresada lucha que sostenían con placentero entusiasmo, porque ése era un rasgo común a todos los cuadros.

Pero en el complejo conjunto de causas, se destaco el patriotismo fervoroso con que aquellos aficionados actuaban y la caballerosidad por la nobleza de su origen, con que siempre trataron de sacar victoriosos los colores de su país, y la cordial gratitud que les permitió, modestos siempre en medio de su grandeza deportiva, sin duda porque nunca se dieran cuenta de ella, reconocer y pagar con áurea moneda de amistad genuina, el apoyo de un círculo de entusiastas invariablemente fiel en las buenas y en las malas jornadas, aquí y en el otro lado del Río de la Plata, que por entonces a eso se limitaba lo internacional y que se adelantó con su propio juicio al juicio seguro de la posteridad.

En una época de evolución, cuando los impulsos primarios eran muy explicables, porque el ambiente estimulaba los excesos pasionales en los campos deportivos y fuera de ellos, Alumni desarrolló una acción que por su propia virtualidad fué docente en alto grado.

Nunca se habia visto hasta el momento en las canchas de Argentina, una demostración de técnica futbolística tan brillante como la que se nos ofreció Alumni A. C.