Como era La Boca nacio en la Boca

¡Boca!… El pueblo le dió su acento. El barrio le dió su nombre. La singularidad del club está identificada con la singularidad del escenario en que nació. Quienes hayan conocido ese arrabal porteño a principios de siglo, exactamente en 1905, han de saber bien que los años modificaron en parte la fisonomía edilicia.

Muchas de las típicas casilas de madera y zinc fueron desplazadas por modernas construcciones. Aquellas cortinas de estera que se recortaban sobre el estrecho balconcito dieron paso a las celosías metálicas de hoy en dia.

A los tranvías y coches de plaza que entonces transitaban por sus calles los suplantaron, aunque no del todo, los colectivos, ómnibus, trolebuses, taxis y automóviles particulares. Los viejos corralones, que servían de albergue a las “victorias” y a los caballos, esos corralones que eran como un juguete para la purretada del barrio, que en cada inundación los usaba a manera de amplia ensenada para sus barquichuelos de papel, ya no echan a la calle el característico aroma del pasto.

Su puesto fué reclamado por estaciones de servicio. Las avenidas y calles, hoy pavimentadas con asfalto en vez del adoquín o la tierra natural, se han ido nivelando. Ya no hay en las veredas tantos altibajos, tantas escaleritas, y al caminante se le hace más llevadero el paseo, aunque también menos pintoresco…

El crecimiento de las aceras dejó a muchas casitas bajo el nivel del suelo y han quedado como testigos del ayer que se asoma, agachado, a contemplar el panorama de la actualidad. O como chiquilines pobres que espían a través de los cristales, con las narices achatadas, el interior de las casas de ricos en dia de fiesta.

Si. Físicamente la Boca ha experimentado una transformación. Pero su espíritu y el de sus habitantes sigue siendo el mismo de siempre, el de la época en que constituía un lugar de turismo para los ciudadanos de otros puntos de la metrópoli. Porque si de algún barrio de Buenos Aires puede afirmarse que tiene personalidad, que ofrece caracteristicas propias, únicas, inconfundibles, ese no es otro que la Boca, la que poco caso le hizo a Pedro de Mendoza y prefirió ser genovesa para entonar canzonetas.

Ahí hablaron en xeneise los japoneses y los chinos. La Vuelta de Rocha mantiene todo su embrujo y la parla de Liguria se escucha aún en las casas, en las calles, en los cafés, en las tribunas…

El mensaje de luz lo proyectó en sus telas Quinquela Martin. Y por la angostura del “caminito” —Estrecho Filibertoreliquia histórica, transitan melancólicos los cánticos populares que concibió Juan de Dios.

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