Quien fue Severino Varela. La Boina Fantasma

Nadie podrá olvidarlo. Ni los hinchas de River. No es para menos. Ese insider que jugaba con boina blanca se convirtió en el verdugo de los “millonarios” en tiempos que los clásicos entre los dos gigantes del fútbol argentino alcanzaron su máximo apogeo futbolístico. Eran los duelos entre la técnica de la delantera famosa y reconocida por todos como “La Máquina” y la garra y efectividad de los xeneizes en un equipo no tan vistoso, pero muy regular. Sólo en uno de los seis enfretamientos que tuvo con los muchachos de la banda roja no convirtió goles.

Puedes leer aquí: Porqué algunos jugadores usaban boinas.

Fue en la primera rueda del cuarenta y cinco, cuando volvió al primer equipo luego de una lesión. La especialidad de Severino Varela fue hacerle goles a River.

El más recordado de todos es el que logró el 26 de se. tiembre de 1943, Carlos Sosa había desbordado por la derecha y despidió un remate que planeó toda el área. Superó a Pío Corcuera y Ricardo Vaghi y sorprendió al indeciso arquero Lettieri y parecería que se perdería sin sentido. Pero en una fantasmal aparición, Varela se arrojó en palomita, conectó el balón y decretó el triunfo que aseguraba la con: quista de una nueva estrella. Algún cronista lo calificó como el «golazo del misterio». Al final del partido un grito atronador bajó de la tribuna: «¡Se-ve.ri-no! ¡Se-ve-ri-no!»» El ídolo había surgido en toda su dimensión.

Pero ya le había convertido otro en la primera rueda, cuando los millonarios se alzaron con la victoria por 3 a 1. En el ’44 convirtió otro con el cual empató un partido que ganaban los millonarios por la mínima diferencia. Otro cabezazo, con la sutileza de hacer picar el balón en el piso para descolocar al golero Soriano, definió otro importante clásico donde se ponía en juego la posesión del título. El último, en el ´45, segunda rueda cuando Boca mantenía rasgos del regular equipo bicampeón.

A su llegada, Boca tenía una fórmula tan simple como contundente. Centro de Sosa, cabezazo de Boyé y gol.

Con los partidos, la fórmula se mantuvo pero era: centro de Sosa, cabezazo de Varela y gol. Claro que, además de su gran condición de cabeceador, con buen sentido de la ubicación para el impacto, era hábil en el manejo del balón, buen gambeteador, guapo, infalible en la ejecución de los tiros penales y de gran precisión en el remate.

Fácil de identificar porque usaba boina blanca, que ocultaba su peinado achatado, aumentaba la atracción hacia su figura en cada jugada. Conquistó 43 goles en 3 años; 16 de cabeza, 14 de penal (no marró ninguno) y 13 de remate libre.

En Urugay formó parte de la delantera con la que Peñarol de Montevideo acaparó una gran cantidad de titulos en el final de la década del ’30. Un bajón en el ’42 hizo que lo relegaran a segunda división. Muchos dijeron que su talento para gambetear y golear era por entonces un buen recuer. do. Por 38.000 pesos y los pases de Emeal, definitivo y Laferrara a préstamo, ingresó a la entidad de la ribera.

En un primer momento se dudó sobre los frutos que podría dar esta contratación, Sucede que Varela traía en sus espaldas la leyenda de un padecimiento crónico en el nervio ciático, que se unía inoportunamente con el reuma y desgarramientos. Esos dolores desaparecieron durante los tres años en Boca, pero recortaron el volumen de su contrato.

“La Boina Fantasma” deslumbraba la tarde del domingo para a la noche partir en un vapor a Montevideo y conservar su empleo de 120 pesos. Sus goles entusiasmaron a los dirigentes que a fines de 1943 le ofrecen un contrato con cifras fabulosas, pero lo quieren toda la semana en Buenos Álires para los entrenamientos.

Su adiestramiento físico consistía en una caminata diaria de 30 cuadras y alguna prácti. ca suave en el equipo Miramar de Montevideo. »El Gallego”, como le decían en la intimidad, se miró en el espejo, vio sus sienes canosas, recordó que ya pasaba los treinta años y se dijo para sus adentros: “El sueldo de 120 no lo dejo, e, para toda la vida”. Y volvió a jugar con un contrato que no reflejaba su entrega en la cancha. Otro título en el ’44. Pasa el ’45 y se siente cansado. Las piernas, antes veloces, ya no responden en la forma deseada.

Boca le extiende un cheaue en blanco para que él ponga las cifras que crea vale su juego. Humilde como siempre, devuelve el documento: “No quiero llevarme la plata que no puedo ganarme». Retorna a Peñarol de Montevideo luego que la entidad xeneize le otorga el pase en blanco.

Se va Severino. Se resiente el andamiaje ofensivo. Atrás queda la leyenda de los boinazos. La que nadie puede olvidar.

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